Recientes episodios han puesto otra vez en primera línea del debate público el tema de la sucesión presidencial en caso de falta absoluta o temporal del Jefe del Estado.
Primero, fueron las posiciones encontradas entre el vicepresidente Angelino Garzón y algunos miembros del gobierno Santos.
Luego, la frustrada aspiración del Vicepresidente –apoyada por todo el Gobierno– a la Dirección Ejecutiva de la OIT.
Casi al tiempo, se produjo el lamentable accidente cerebrovascular que sufrió el segundo a bordo en la nave del Estado, con secuelas aún de difícil diagnóstico.
Por esos mismos días, la casa de Nariño dejó saber la intención del Gobierno de suprimir la Vicepresidencia –como varias veces se hizo en la historia nacional– y volver a la figura del designado que funcionó sin mayores problemas entre 1910 y 1991.
Y si algo faltara, el senador de ‘la U’ Juan Carlos Vélez afirmó que en fugaz conversación con el convaleciente Vicepresidente, este le dijo que apoyaría la Constituyente inspirada por los amigos del expresidente Uribe, en franca oposición al presidente Juan Manuel Santos.
Después, Garzón se lo negó a Santos. Roy Barreras lo va a visitar con otros senadores para auscultar su estado de salud.
Prácticamente, en todo el siglo XIX, rigió la figura del Vicepresidente, quien reemplazaba al Presidente en casos de muerte, renuncia aceptada o destitución por el Senado, luego de un juicio político o de declaración de la incapacidad física para desempeñar el cargo. Santander ejerció la Presidencia mientras el titular, Simón Bolívar, continuaba con la campaña libertadora. Miguel Antonio Caro, varias veces, la ejerció mientras el presidente Núñez meditaba en ‘El Cabrero’, en Cartagena.
El 31 de julio de 1900, se produjo el golpe de Estado entre ancianos, cuando el vicepresidente Marroquín, con ayuda del Ejército y un sector del Partido Conservador, derrocó al titular Sanclemente, que enfermo, despachaba desde Anapoima.
Rafael Reyes suprimió la Vicepresidencia para poder prorrogarse el periodo. En 1910, se creó la figura del designado, nombrado por el Congreso para reemplazar al Presidente en sus faltas absolutas y temporales.
En el 91, se volvió a la Vicepresidencia con el argumento de que, quien eventualmente reemplazara al Presidente debía tener el mismo origen popular que el titular. Como en relación con tantas otras instituciones de la Constitución del 91, ahora se vuelve a plantear el regreso a lo anterior.
En verdad, el tema no es el nombre. Puede llamarse Vicepresidente o designado, se presentan los mismos problemas. Ambos terminan los periodos presidenciales en los casos señalados en la Constitución. Los dos adquieren la categoría de ‘expresidentes’ si ejercen la primera Magistratura, así sea por unas vacaciones del Presidente.
Las dificultades no surgen de la institución misma, sino del elegido o designado.
Samper y de la Calle tuvieron problemas –que llevaron a renunciar al Vicepresidente– por razones muy conocidas. Pastrana no tuvo dificultades con Gustavo Bell ni Álvaro Uribe con Francisco Santos. Aparecen líos cuando se escoge a un compañero de fórmula por razones puramente coyunturales. Un Vicepresidente no debería ser protagonista del debate público.
Por eso, la Constitución dice que solo debe cumplir los encargos que le encomiende el Presidente. Como se decía en el siglo XIX, la misión de un Vicepresidente se limitaba a llamar a Palacio todos los días a preguntar por la salud del Presidente. Ahora, parece que los papeles se invirtieron.
Alfonso Gómez Méndez
Jurista - Político