Hasta la elección de Trump, Estados Unidos fue el país que promovió el Gatt, primer tratado para liberar el comercio en el mundo, bajando las tarifas arancelarias y facilitando los trámites aduaneros entre las diferentes naciones. Después de la Segunda Guerra Mundial propició la creación de las Naciones Unidas, posteriormente impulsó el Banco Mundial y el Fondo Monetario, entidades cuya finalidad es la de propiciar el desarrollo y proporcionar la estabilidad económica.
En Europa, después de la guerra, inició el Plan Marshall con el fin de financiar el crecimiento de países postrados por la destrucción que dejó el enfrentamiento bélico. Fue la primera vez en el mundo que un país que ganó una guerra le proporcionaba ayuda a las naciones derrotadas, Alemania e Italia. Su enemigo en el Asia, Japón, hoy es su aliado y socio comercial en muchos aspectos –los mayores fabricantes de carros japoneses tienen actualmente plantas en EE. UU–. Auspició la Nato, creando un bloque de países que recíprocamente pudieran defenderse en caso de agresión.
En síntesis, comprendió que su futuro y su progreso dependería del futuro y el progreso del resto del planeta. Firmó tratados comerciales con Europa y sus vecinos para incrementar el comercio. El caso de México, de donde proviene la mayor inmigración en busca del sueño americano, ha sido significativo. En su frontera con EE. UU., el Nafta produjo un desarrollo acelerado. En una visita que realicé, un tiempo después de firmarlo, constaté, por primera vez en Latinoamérica, un grado de oferta de empleo que superaba la demanda. A las personas se les pagaba bonificación por los amigos que se presentaran en busca de empleo.
Con la llegada de Donald Trump a la presidencia este espíritu cambió radicalmente. Un cambio de 180 grados. Denunció los tratados comerciales, desató una guerra comercial incrementando los aranceles del hierro y el aluminio, comenzó la construcción de un muro entre su país y su vecino (México), renunció al tratado para proteger el medioambiente a nivel mundial y que su antecesor había firmado, siendo su territorio uno de los mayores contaminantes por la magnitud de su consumo. Su egolatría no la disimula. Basta oírlo hablar y observar sus gestos. Tiene un carácter pendenciero y lo ejerce. Renunció al Consejo de Derechos Humanos. Recientemente usó términos ofensivos contra el Primer Ministro de Canadá, su vecino. Además, ha desatado una guerra comercial con China, su principal proveedor y el mayor comprador de sus bonos.
El comportamiento de un país tan poderoso es muy preocupante para el resto de la humanidad. Estados Unidos fue el primer imperio que comprendió que el bienestar y su progreso estaba íntimamente relacionado con el bienestar y el progreso de los demás ciudadanos del mundo.
Estamos atravesando un periodo con nubarrones, y el futuro es incierto, mientras esta clase de líderes tengan influencia. Se requiere bajar el tono a la agresividad y procurar la convivencia. Esto mismo podemos decir de Colombia. Si queremos progresar, debemos buscar más lo que nos une que lo que nos separa, frase reiterativa de nuestro presidente electo Iván Duque. El acuerdo por Colombia que ha mencionado, nos daría un gran impulso. Qué bueno sería orientar nuestras energías en esta dirección, en lugar de desperdiciarlas agigantando los desacuerdos.