Caí en cuenta que hace poco que estoy cerca de cumplir cuarenta años de haber terminado mi pregrado. Los hechos económicos me han apasionado y he escrito cientos de artículos sobre ellos. Pero tal vez nunca en estas décadas había estado más ansioso por el estado de la economía mundial y nacional.
Apenas adolescente puedo recordar con precisión en 1973 cuando mi padre me anunció el inicio de la guerra de Yom Kippur. El embargo petrolero que siguió fue el detonante de una larga crisis que se extendería casi diez años caracterizada por inflación y desempleo.
Ya estudiante en la Universidad, viví el cambio radical en la política económica que significó el triunfo de Margaret Thatcher en 1979 y el de Ronald Reagan en 1980. El mundo abandonaba el marco keynesiano, reducía impuestos, privatizaba empresas públicas y planteaba la apertura comercial. Mientras tanto, China salía de su pesadilla maoísta para convertirse en el motor del crecimiento mundial.
La caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética nos llenaron de optimismo. Los años noventa parecían la consolidación de ese nuevo modelo económico con baja inflación y desempleo.
En Colombia, el fin de siglo coincidió con la gravísima crisis del UPAC que nos llevó a la recesión por primera vez desde los años treinta. Los bancos se quebraban bajo el peso de unas carteras inmobiliarias colosales. Fueron tiempos muy duros.
Y la crisis financiera internacional del 2008 nos puso demasiado cerca del abismo. La especulación e irresponsabilidad de los ‘genios’ financieros pudieron significar un escenario peor que el de la Gran Depresión.
El daño fue grave, pero pudo ser catastrófico.
Nunca pensé que vería tasas de interés negativas ni por mi mente cruzó la idea del quantitative easening. Trillones de liquidez que fueron inyectados a la economía mundial.
He visto petróleo a 8 y a 150 dólares. Vi a Chile convertirse en la esperanza de que Latinoamérica podía superar el subdesarrollo y lo vi caer en el populismo. Crecí a la sombra de un Venezuela rica que hoy está en la miseria. Presencié la destrucción de Argentina, una de las naciones más ricas del planeta. Sobreviví a la pandemia.
A pesar de todo lo que he presenciado, hoy estoy muy ansioso. Veo cientos de miles de desesperados huyendo de la miseria forzando su entrada en Europa y Estados Unidos. El riesgo mayor es el secuestro de información por los hackers. Los niveles de endeudamiento están por los cielos. China y Rusia producen miedo, mientras Occidente vive una dramática crisis de liderazgo.
En lo doméstico, la polarización y un cambio radical de modelo de desarrollo que anticipo nos será impuesto, me producen grave preocupación. Veo venir tiempos muy difíciles.
La verdad nunca había presenciado un escenario económico tan incierto.
MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
Decano de Economía Universidad del Rosario.
migomahu@gmail.com