La semana pasada, en el marco de la Asamblea de las Naciones Unidas, también tuvo lugar la Semana del Clima en Nueva York. Las propuestas y discusiones se centraron en la transición hacia sistemas energéticos con mayor participación de energías renovables no convencionales, así como en otras formas de reducir emisiones, por ejemplo, el crecimiento de vehículos eléctricos. Gran parte de las propuestas se centran en esquemas de financiación, bien sea de instituciones multilaterales, fondos de impactos, o grupos filantrópicos.
Ante la meta de lograr que el calentamiento global no supere los 1,5 grados centígrados, y que a su vez para este fin se logre la meta de cero neto emisiones en el 2050, es perfectamente entendible que la discusión se haya concentrado en estos temas. Sin embargo, centrarse únicamente en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) resulta, al menos, limitante frente a las discusiones de lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Por un lado, las implicaciones de estas reducciones tienen consecuencias para la actividad económica y un alto costo. Sin contribuciones importantes por parte de los países desarrollados a las economías emergentes, las metas sociales de los ODS como fin de la pobreza, cero hambre, derecho a trabajo decente y crecimiento económico, y, de suma relevancia, reducción de las desigualdades, no serían factibles. Y, a su vez, podrían generar unos conflictos sociales dadas las mayores tendencias migratorias.
En términos ambientales, son dos las consideraciones. Por un lado, para los países menos desarrollados y dado su rol en el cambio climático, será de mayor relevancia centrar las inversiones y los esfuerzos en la adaptación, más que en la mitigación. Esto implica infraestructura resiliente, y mecanismos para proteger la agricultura y las viviendas de posibles efectos por desastres resultado de los efectos del clima.
Pero, por otro lado, es importante reconocer desde, ya que el análisis ambiental debe ir más allá de las emisiones para prevenir impactos posteriores. Las energías renovables requieren de minerales como litio, silicio, cobre o minerales raros. Asegurar una minería responsable e incluyente, como existe en muchos países y regiones, para minimizar los impactos, por ejemplo, alrededor del uso del agua, es importante.
Pero otros aspectos ambientales como la protección a la biodiversidad, la inclusión de elementos de economía circular en las operaciones, y la reducción de la huella ambiental deben hacer parte de la discusión actual, para evitar consecuencias indeseadas a futuro.
La reducción de emisiones debe ser una meta inmediata antes los retos que impone el cambio climático. Sin embargo, no considerar las demás consecuencias ambientales de la transición energética y de las actividades humanas, así como no analizar los retos económicos y sociales de esta transición en los países emergentes, impone unos riesgos importantes.
Es indispensable que desde ya el mundo y las instituciones multilaterales incorporen en análisis más amplio en lo ambiental y social. De lo contrario, la sola reducción de emisiones, una necesidad sin duda imperiosa, podría suscitar conflictos innecesarios e impactos medioambientales de gran envergadura.
RAFAEL HERZ
Analista Internacional