El presidente Barack Obama pronunció la semana pasada en la sala diplomática de la Casa Blanca un implacable discurso contra Wall Street, en el que anunció que "nunca más los norteamericanos que pagan impuestos volverán a ser secuestrados por bancos que son muy grandes para caer". Obama se puso los guantes y le advirtió a los lobistas financieros que si quieren guerra, si continúan en su lucha contra las reformas, "está listo para la pelea".
Esta reacción se veía venir. En noviembre pasado, una encuesta realizada a nivel nacional indicaba que el 40 por ciento de los estadounidenses consideraba que "los grandes bancos y Wall Street se llevaban todas las ayudas, mientras los norteamericanos no recibían nada". A ello se suman las agonías relacionadas con una tasa de desempleo del 10 por ciento y el creciente número de familias que pierden sus casas por una inatajable insolvencia económica.
La exasperación en Washington se volvió extrema a comienzos del año por los fríos testimonios de los capitanes de la industria bancaria norteamericana presentados en las audiencias del Senado, en los que afirmaban, sin ruborizarse, que la crisis financiera era inevitable y estaba condenada a repetirse. La gota que derramó el vaso fue el anuncio de las ganancias más elevadas en la historia de Goldman Sachs, 13.400 millones de dólares en el 2009, y el pago de bonificaciones de medio de millón de dólares, promedio por empleado. El presidente Obama manifestó al respecto que "esa era exactamente la irresponsabilidad que hacía necesaria la reforma".
Ese día, el presidente Obama modificó su discurso sobre la crisis financiera; se alejó de su secretario del Tesoro, Timothy Geithner, del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, e incluso de su asesor Larry Summers, antiguo secretario del Tesoro de Bill Clinton, y giró a favor de la línea dura del veterano Paul Volker, cabeza de la FED de la era Reagan.
El presidente Obama propuso así el cambio más drástico desde la época del Glass-Steagall Act de los años 30, que separó entonces la banca comercial de la banca de inversión. La primera proposición establece un límite al tamaño de los bancos del 10 por ciento de los depósitos del público, con lo cual las fusiones y adquisiciones bancarias del pasado no podrían repetirse. Esta disposición, de aprobarse en el Congreso, impediría una mayor consolidación del sistema bancario norteamericano, impulsada recientemente por la quiebra de Lehman Brothers.
La segunda reforma, bautizada por el presidente Obama como la 'regla Volker', dispone que los bancos no podrán tomar posición propia, es decir, poseer, invertir o promover fondos de cobertura de riesgo, fondos de inversión en compañías privadas no listadas en bolsa y operaciones de inversión con recursos propios que sean para su propio beneficio.
La noticia tuvo un efecto negativo inmediato; las operaciones de la Bolsa de Nueva York sufrieron impresionantes caídas, especialmente las cotizaciones de los bancos grandes, J.P. Morgan Chase, Bank of America, Goldman Sachs y el Citigroup. Como señaló el presidente Obama en Ohio esta semana, "les prometo que habrá más peleas en el futuro". ¡Como para alquilar balcón, y toda la platea!