Hace varios años me sorprendí al escuchar unas palabras de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, en una conferencia que dio en Colombia.
Le preguntaron que si cuando había llegado a Chile, después de varios años de exilio, no sintió la necesidad de vengarse. Ella contestó: “Pues no, yo en realidad tuve una infancia muy nutritiva y lo único en que podía pensar era que eso que me había pasado a mí no le podía volver a pasar a ningún chileno”. Y continuó explicando que para que eso fuera así ella asumió que debía entender la derecha chilena, pues independiente de compartir o no sus planteamientos, era claro que se requería para negociar unos consensos mínimos para construir el futuro de Chile. Y dedicó varios años a estudiarlos.
La presidenta chilena comentó en esa ocasión que si no entendía, siempre iba a subestimar y descalificar sus posiciones, y jamás se iba poder construir una relación que permitiera concertar unos lineamientos mínimos para construir el Chile de las futuras generaciones. Solo de esa manera, explicaba ella, se podría garantizar que jamás le volviera a suceder a ningún chileno lo que le pasó a ella. Ese día me declaré fan número uno de Bachelet.
Años después, en octubre del 2010, cuando sucedió la crisis de los mineros en Chile, recuerdo que el presidente Sebastián Piñera, quien representa la derecha chilena y oposición a la Bachelet, lideró el rescate y declararon que se gastaron entre 10 y 20 millones de dólares rescatando a los 33 mineros atascados. Nadie en Chile se opuso a invertir esos recursos en el rescate. Recuerdo, como si fuera ayer, que a los dos días de finalizado el rescate, vi por televisión una entrevista realizada a Piñera en la que le comentaron que uno de los mineros rescatados pensaba demandar al Gobierno, y le preguntaron que, si después de ese enorme esfuerzo, no le molestaba esta situación. Con sorpresa, lo escuche responder: “No, no tengo porque molestarme (…) ese es un derecho que él tiene y no seré yo quien se lo limite. Mi única preocupación es que lo que pasó no le vuelva a suceder a ningún chileno, y, por ello, vamos a revisar las condiciones de seguridad industrial del sector minero y de los demás sectores productivos del país”.
Tengo vivos esos dos momentos en mi mente. Dos presidentes de dos tendencias totalmente diferentes, ante preguntas sobre cómo actuarían ante quienes los persiguieron o confrontaron: ambos respondieron que su única preocupación era que lo que sucedió no le volviera a pasar a ningún chileno.
Todavía no he escuchado algo similar en el discurso de un presidente o político colombiano. Aún estoy esperando que alguno diga que lo que le sucedió a los 33 niños de Fundación no puede volverle a pasar a ningún colombiano.
Aún espero a quien tenga la grandeza de entender que esta polarización no es sana, que si una parte ataca, la otra no necesariamente tiene que responder, que para pelear se necesitan dos, y que, entre más convencidos estemos de las bondades de nuestros actos de gobierno, menos debemos reaccionar a las críticas de una oposición irreflexiva.
Creo que es hora de hacer un llamado a todos los colombianos para aprender de la concertación chilena, para que entendamos que existe la responsabilidad intergeneracional y que los líderes y actores de hoy estamos forjando la Colombia del futuro, para lo cual no importa tanto quién se lleva el punto, sino cómo avanzamos entre todos, a pesar de nuestras diferencias, en construir una mejor Colombia. Entre todos somos capaces.
Ángela María Orozco
Exministra de Comercio Exterior
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