El robo de activos expresados en criptomonedas resulta notable pues están basados en un sistema descentralizado de bloques que cualquiera puede ejecutar si tiene las destrezas técnicas, soporte informático y conectividad, consumiendo grandes cantidades de energía.
El documental No confíes en nadie narra la historia del joven canadiense Gerry Cotten tímido, amable y torpe, quien logró llevarse más de US$150 millones en Bitcoins usando su empresa QuadrigaCX, fundada en 2013 con Michael Patryn, con antecedentes judiciales.
Cotten apostó en criptoactivos, perdió mucho dinero en 2018 y para responder a quienes querían retirar su dinero tomó los aportes de otros clientes, en una clásica pirámide Ponzi y se anunció su muerte en India. Pero sobre su muerte nunca hubo una comprobación convincente y los clientes no tenían las claves de acceso, ni siquiera su esposa Jennifer Robertson.
Los usuarios depositaban sus activos desde sus billeteras digitales, para venta o almacenamiento, en esa empresa regulada por la comisión canadiense contra el fraude y con licencia proporcionada por un tercero que garantizaba su operación, pero las operaciones no contaban con el consentimiento de los propietarios y desviaron US$250 millones en bitcoins. La compañía nunca proporcionó claridad sobre su operación interna y respaldaba ficticiamente su actuar en aseguramientos inexistentes. Resulta paradójico que un sistema tan grande, soportado en tecnología de punta, tenga un manejo concentrado en una sola persona y que los dueños reales del dinero no tuvieran control sobre sus claves.
Lichtenstein y Morgan, un matrimonio de Nueva York, desvió a sus billeteras virtuales 120,000 BTC avaluados en US$3.600 millones y enfrentan una condena de 20 años de cárcel. En 2016 la pareja tuvo acceso mediante un hacker a los mecanismos de verificación y seguridad de la plataforma Bitfinex.
Esta plataforma mantenía las direcciones de blockchain personales para manejar los bitcoins, con tres llaves de acceso, en poder de los usuarios, Bitfinex y BitGo, la compañía que había diseñado la interfaz de programación de aplicaciones (API), para validar las operaciones. Dicha interfaz era de uso privado y exclusivo de las dos compañías y permitía la modificación de los términos de intercambio y montos de las operaciones, sin verificar manualmente. ¡Quien diseñó la API, transfirió desde 2000 cuentas los bitcoins almacenados a la dirección de Lichtenstein!.
Pese a la sofisticación de los algoritmos, el sistema es frágil, soportado en webs que un programador, como Cotten, puede diseñar; y desaparecer con el dinero. Es un sistema sin regulación adecuada ni supervisión, al punto que la policía canadiense se enteró del fraude cuando ya estaba consumado y no pudo reparar a las víctimas.
Los defensores de las criptomonedas argumentan que se puede seguir la trazabilidad de las transacciones en tiempo real, pero esta demostrado que permite el lavado de activos. Y detrás de la tecnología hay humanos que pueden equivocarse o hacer que estas herramientas trabajen para sus intereses.
BEETHOVEN HERRERA VALENCIA
Profesor universidades: Nacional, Externado y Magdalena