Aprovechando una de mis visitas posdoctorales a Nueva York, decidí visitar Harlem, barrio emblemático de Manhattan, famoso por las malas condiciones en las que históricamente vivió allí la población afrodescendiente. Hoy, se ha convertido en una zona de construcciones modernas y el precio del suelo se ha elevado astronómicamente. Y, por supuesto, la población afro salió de allí por la presión de los precios.
Ello se podría comparar con lo que ocurrió en el puerto de Guayaquil con la remodelación del malecón, o en Ciudad de Panamá en la zona costera y con la conversión de la antigua aduana de Buenos Aires, en los elegantes restaurantes y residencias de Puerto Madero. La misma impresión me llevé cuando regresé a lo que había sido Chambacú hace medio siglo, hoy convertido en zona residencial y comercial en Cartagena.
El proceso de recuperación de sectores deprimidos para reincorporarlos al mercado de tierras y construcción se ha denominado ‘gentrificación’, término usado por primera vez por la socióloga Ruth Glass en 1964. Se trata de una transformación socioespacial por la cual la población original de un barrio, ubicado generalmente en el centro y que en su mayoría está constituido por una población marginal o con bajo poder adquisitivo, es progresivamente desplazada por otro grupo social cuyos ingresos son mayores.
En Estados Unidos, la ciudad de Raleigh, fue un claro ejemplo de gentrificación, pues a los barrios afroamericanos cercanos al centro de Raleigh llegaron residentes blancos que se han visto atraídos por centros urbanos revividos. Antiguamente, estas zonas habían sido estigmatizados, ya que por el abandono gubernamental se habían precarizado.
De modo que en lugar de generar integración social, la gentrificación ha reproducido la exclusión, con un nuevo desplazamiento de los anteriores pobladores de los barrios recuperados, hacia otras zonas más periféricas.
En Madrid, barrio Chueca tenía problemas de inseguridad, drogas y prostitución, pero fue rehabilitado y posteriormente comercializado, lo que generó un desplazamiento de la población original. A partir de una situación de abandono, en esas zonas de baja inversión pública, se deterioran las edificaciones por la ubicación cercana a actividades informales y marginales como la prostitución o el narcotráfico, generando un proceso de estigmatización hacia esa área y su población.
Este fenómeno permite a los promotores inmobiliarios atraer a sectores de mayor ingreso a comprar a bajo precio, con el fin de edificar, reconstruir o rehabilitar la zona para comercio, banca o como lugar de residencia. Este proceso suele ir acompañado de un fenómeno especulativo dentro del mercado inmobiliario, donde el objetivo es maximizar las ganancias con una baja inversión, acompañado de la construcción de infraestructura pública.
El encarecimiento del costo de vida en dichas zonas impide a la población original vivir allí, bien sea por el aumento en los impuestos o los costos de alquiler, siendo este un proceso indirecto de desplazamiento, a diferencia del proceso directo que es cuando la población original se ve obligada a vender y recibe por ello una indemnización o remuneración.