The Wall Street Journal acaba de publicar un estudio de 2019, ocultado por Facebook, que comprueba que Instagram produce efectos dañinos en la salud mental de quienes lo usan, especialmente de los adolescentes.
The Guardian retomó varios estudios que encontraron que: “De los usuarios que reportan ideación suicida, 13% en el Reino Unido y 6 % en Estados Unidos lo enlazan directamente con Instagram. Otro estudio encontró que más del 40 % de los usuarios de Instagram dijeron que se sienten poco atractivos y que esa sensación fue generada por la red social”.
Instagram es un espacio diseñado para explotar las inseguridades de las personas y el algoritmo esta diseñado para que las personas pasen la mayor cantidad de tiempo en esa aplicación.
No solo es que sea humano compararse, sino que internet necesita volvernos adictos a la comparación con los demás, para que su modelo de negocio funcione.
En personas en formación como niños, niñas y adolescentes, eso genera impactos nefastos.
“La tendencia a compartir solo los mejores momentos y la presión por lucir perfecta es adictiva y puede generar en los adolescentes trastornos alimentarios y depresión”, afirma una investigación interna de marzo de 2020.
Facebook respondió que los problemas de compararse con otras personas ocurren en el mundo físico y también en otras redes sociales.
Un estudio sobre desarrollo cerebral realizado por varios institutos federales de salud con 11.000 niños mostró que quienes pasan más de 2 horas diarias frente a una pantalla obtuvieron calificaciones más bajas en el colegio que aquellos que leyeron al menos un libro. El estudio asegura que los cerebros de ambos estudiantes son diferentes y que la exposición regular a las pantallas adelgaza la corteza cerebral.
¿A quién no le ha ocurrido que termina un episodio de una serie y la plataforma pasa al capítulo siguiente sin pedirle consentimiento?. Cuando la red nos advierte que “tu tiempo de pantalla ha bajado 10% este mes”, ¿es acaso porque nos exige dedicación plena?.
Cuando la red nos muestra rostros de “personas que quizás conoces” suele ocurrirnos que reaparecen amigos, paisanos y colegas con quienes no tratabamos hace años. Pero cuando no se responde un chat nos llega el reclamo : “¿por qué dejó en visto?”.
Las redes explotan el deseo innato por ser vistos, pero sobre todo, de ser vistos como queremos ser vistos. Y para lograrlo nos ocupamos de mostrarnos…
Si se valorara la calidad de vida de las personas por lo que muestran en las redes, pareciera que nadie trabaja, andamos de fiesta ininterrumpida, difrutamos del amor y estamos siempre en vacaciones.
¡Y nos ocupamos de que los demás se enteren de cúan felices somos!
Y quienes comparan ese paraíso de supuesta felicidad con la cruda realidad de sus vidas pueden sentirse desgraciados.
¡De pronto el desgraciado es otro..!
Beethoven Herrera Valencia
Profesor de las universidades Nacional, Externado y Magdalena.