La renuncia de Octavio Paz al cargo de embajador en la India, en protesta por la matanza de estudiantes en Tlatelolco, en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1968, expresó la verticalidad de su conducta y la decisión con la que defendía sus principios.
Nacido el 31 de marzo de 1914, hijo de un defensor de la reforma agraria que representó a Emiliano Zapata en Estados Unidos y con un abuelo que tenía 12 mil libros, Paz ganó el Cervantes en 1982 y el Nobel de Literatura en 1990, por su obra ensayística y poética. Abandonó sus estudios de literatura para fundar una escuela en Yucatán, asistió al Congreso de los defensores de la República que lideraba Manuel Azaña en España, para comenzar en 1945 una vehemente crítica a los totalitarismos, ganándose la enemistad de la izquierda; pero sus críticas anticiparon, en medio siglo, el colapso de la Urss.
Además de Embajador en Japón y en Francia (donde compartió con Camus, Sartre y Bretón), participó en la creación de la ONU, y fue profesor en Cambridge y en Harvard.
Su tema medular fue la identidad de nuestros países, y su obra más emblemática, El laberinto de la soledad’ (1950), desmitifica el nacionalismo mexicano, chocando, como ha destacado Savater, con las convenciones dominantes. Profundamente influenciado por Alfonso Reyes, Paz sostiene que la historia de México se condensa en tres rupturas (conquista, independencia y revolución), y sostuvo que las repúblicas americanas fueron invenciones de oligarquías militares del siglo XIX, y que no hay diferencias entre uruguayos y argentinos, peruanos y ecuatorianos, mexicanos y guatemaltecos.
Cuestionó la tendencia a imitar lo extranjero, llamó a superar el complejo de inferioridad y sostenía que la revolución instintiva, brutal, tierna e impredecible permanece como activo equivalente a la fiesta, más que como programa racional. Paz encuentra a Zapata, Villa y Carranza convertidos en mitos y sumergidos en un baño de sangre como Cuahutémoc, y Alvarado Tenorio ha destacado el llamado de Paz a retornar a los orígenes, construyendo una verdadera alma de la nación, tras considerar que esa fiesta, la revolución, fue el encuentro de ese país consigo mismo.
Sus ensayos, Nocturno de San Idelfonso, constituye una sátira contra la burocracia en que que terminaron las dictaduras de Occidente, y en El ogro filantrópico, asimila al Estado mexicano con la imagen de un monstruo con varias caras, generoso, despótico, paternalista, filantrópico, contradictorio y ambiguo, que cayó en el totalitarismo con la excusa de modernizarse.
Pese a la controversia que Paz sostuvo con el PRI, el Gobierno emitió monedas y billetes conmemorativos del centenario de su único Premio Nobel, y resta por ver si las agudas críticas de Paz son aplicables a nuestro país, pues mantuvo intercambio epistolar con Jorge Gaitán Durán.
Beethoven Herrera Valencia
Profesor de las universidades Nacional y Externado
beethovenhv@yahoo.com