Cuando leí la historia de los primeros cristianos, me impresionaron los relatos de la lapidación de San Esteban y los enfrentamientos con las fieras a los que eran sometidos en el circo romano.
Todo ello me parecía muy lejano, hasta que visité la iglesia de la Divina Providencia en San Salvador, donde fue asesinado por un escuadrón de la muerte, mientras oficiaba la eucaristía, el arzobispo Óscar Alonso Romero, de un disparo que le hizo estallar el corazón.
Esto ocurrió el 24 de marzo de 1980, un día después de pronunciar un encendido discurso en el que pedía a los soldados y oficialidad de la Fuerza Armada que no obedecieran la orden de matar ni reprimir a quienes protestaban reclamando tierras, trabajo y derechos humanos.
Monseñor Romero estudió en Roma y llegó al cargo siendo conservador.
Pero el asesinato de sacerdotes cercanos a él, como el jesuita Rutilio Grande, lo llevó a denunciar la violencia política; y tras declarar que los campesinos salvadoreños autorizados a tomar tierras por la reforma agraria, tenían que enfrentarse a gente armada que se lo impedía, y puso a disposición de ellos la radio de su diócesis.
Su asesinato marcó el inicio de la guerra civil que duró 12 años y su muerte sigue en la impunidad, pero la Comisión de la Verdad señaló al fundador del Partido Arena, Roberto D’Aubuisson, como el cerebro del asesinato; en tanto que el Partido Fmln, liderado por los exguerrilleros que firmaron la paz, ejercen hoy la presidencia en El Salvador.
El papa Francisco acaba de desbloquear el proceso de canonización de monseñor Romero y ha ordenado seguir adelante el proceso del llamado ‘obispo mártir’, y confía que concluya en breve.
Simultáneamente, el papa Francisco ha dispensado de la condición de un segundo milagro la causa de beatificación de Juan XXIII, saltándose así los requisitos convencionales.
Nacido en Sotto il Monte, Angelo Giuseppe Roncalli fue elegido papa a los 77 años por considerarlo demasiado viejo para emprender cambios notables, pero con su estilo sencillo, convocó el Concilio Vaticano Segundo, que abrió las puertas de la Iglesia al mundo moderno y desde entonces la misa se celebra de cara a los fieles y no en latín, sino en el idioma local.
En su lenguaje coloquial Juan XXIII dijo: “quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior”, al tiempo que introducía la costumbre de comer acompañado y buscaba acercarse a la gente.
El papa Francisco ha llegado a la silla de San Pedro, a la misma edad, se ha quedado viviendo en el convento en donde se alejaba cuando visitaba Roma y ha introducido un estilo parecido al de Juan XXIII.
Beethoven Herrera Valencia
Profesor de las U. Nacional y Externado