En Colombia, la mayor parte de las tierras con bosques naturales ha sido titulada a las comunidades étnicas. Esto constituye un gran progreso de carácter social y un justo reconocimiento a quienes ancestralmente han poseído y habitado esos territorios. En efecto, en los bosques naturales habitan núcleos de población campesina y comunidades negras e indígenas, para las cuales es un medio de subsistencia y parte esencial de sus creencias y costumbres.
Si se considera que los bosques cubren un poco más de la mitad del territorio nacional, se deduce que estas comunidades poseen un inmenso patrimonio que deben cuidar, mantener y aprovechar, para que sea la base de su progreso económico y social de forma perdurable.
Si bien estas comunidades tienen un valioso conocimiento sobre manejo del bosque, generalmente a una escala doméstica, no disponen de los recursos, habilidades empresariales, ni conocimientos necesarios para hacer un desarrollo comercial y sostenible de sus áreas boscosas que les permita mejorar sus niveles de vida. Como una dramática reproducción de la leyenda del rey Midas, esta restricción de recursos las condena a ser muy ricas patrimonialmente, pero, a la vez, a vivir en condiciones de extrema pobreza.
En efecto, un editorial de El Tiempo, citando un estudio de la Fundación de Periodismo Aliado de la Niñez, señala los siguientes datos: el 70% de los niños indígenas padecen desnutrición, uno de cada cuatro niños de las comunidades étnicas muere antes de llegar a los 6 años, el 63% de estas comunidades está en condición de pobreza estructural, y el 48% de las mismas está por debajo de la línea de miseria.
Para que aprovechen productiva y sosteniblemente sus bosques, es preciso diseñarles instrumentos de acceso a recursos financieros adecuados a su actividad y normatividad, brindarles asesoría para mejorar su nivel tecnológico y administrativo, apoyar y facilitar su acceso a proyectos industriales, que agreguen valor a su trabajo y a sus productos, propiciar su vinculación a cadenas productivas que mejoren sus condiciones de negociación en los mercados; en fin, apoyarlas para que emprendan la gestión empresarial y sostenible de sus grandes recursos forestales.
Aunque algunos programas, principalmente de cooperación internacional, han logrado avances en propiciar este tipo de manejo de los bosques comunitarios, su cubrimiento está lejos de ser significativo frente a la magnitud de los bosques naturales y los problemas de las comunidades.
Afortunadamente, en el ámbito internacional ha surgido una interesante alternativa para beneficiar a las comunidades que poseen la mayoría de los bosques naturales del país: un instrumento denominado ‘Reducción de emisiones por deforestación y degradación de bosques naturales evitadas en bosques naturales’, y su objetivo es remunerar el esfuerzo por evitar la destrucción y degradación de los bosques.
Colombia se ha venido preparando para adquirir la capacidad técnica y administrativa para tener acceso a este incentivo, pues es complejo identificar, diseñar y desarrollar proyectos que planteen metas de reducción, demuestren su cumplimiento y garanticen la participación activa de las comunidades propietarias de los bosques en los proyectos, y que estas reciban sus beneficios.
Camilo Aldana V.
Consultor