La revaluación nos tiene en una encrucijada: la industria exporta menos, vende poco en el mercado interno, pero el comprador tiene más productos y mejores precios. Esto reduce el empleo agrario e industrial, y lo aumenta en servicios y comercio.
Esta dicotomía nos hace daño y surge, en parte, por el error de la oferta local que no comprende la demanda interna y externa claramente, y nos lleva al sofisma de la necesidad de protección del mercado: importamos más porque el mercado demanda cosas que no se encuentran en la oferta local, y exportamos menos porque no le ofrecemos a la demanda externa lo que está pidiendo.
Estamos produciendo lo que el mercado ya no está demandando. Un muy buen ejemplo de esto es la industria automotriz, que hace muchos años decidió montar plantas en el país para proveer la demanda interna, y logró un mercado muy interesante; más ante un cambio en la capacidad de compra de los hogares y la entrada de más marcas al mercado, las ensambladoras han perdido su zona de confort y han tenido que modificar su oferta.
La mejora del ingreso de los hogares significa dos cosas muy importantes: que pueden comprar más y adquieren otras cosas. El comportamiento lógico de los hogares ante un aumento sostenido de su ingreso es comprar más productos que antes no podían, y esto beneficia a mercados como los servicios, la tecnología y el entretenimiento, porque las personas ya tienen cómo acceder a ellos. Por otra parte, lo que siempre adquirían, comienzan a cambiarlo por artículos más desarrollados y con mayor valor agregado, situación que se ve en el cambio en la comida que tienen estos hogares, que pasan de alimentos diarios fundamentados en carbohidratos a comidas de menor tamaño y con tendencia light, o bien a comprar ropa más cercana a la moda que a la durabilidad.
Estos efectos cambian la demanda interna –comprar más y distinto–, pero la oferta se mueve a esa misma velocidad. En este sentido, es bueno analizar el paro agrario, en el que el cambio de hábitos alimenticios de los colombianos causó buena parte de este, pues cada vez la gente es menos propensa a comer papa, arroz y leche.
El desarrollo de la demanda en Colombia va mucho más rápido que la oferta, y esto causa que inevitablemente se profundice el déficit comercial del país.
El comercio ha tenido una gran actualización en formatos y expansión de centros comerciales, profundizando la bancarización y mejorando la oferta de servicios, pero los productos locales cumplen, cada vez menos, las expectativas del mercado. La industria local continúa produciendo artículos básicos con bajo valor agregado, quizá porque construyeron su competitividad amparados en el tipo de cambio y no por medio de propuestas de valor dinámicas que permitieran satisfacer mejor a sus consumidores.
Este dilema causa uno más complejo: ¿proteger más la industria local o favorecer al consumidor? Sin duda, la respuesta debe ser un sano equilibrio que fomente productividad y construya valor, mientras el consumidor se beneficia, día a día, y eso solo se logra estudiando continuamente los cambios de la demanda.
Camilo Herrera M.
Presidente de Raddar