“Mucho del cambio, es predecible”, decía Ronald Inglehart, quien murió la semana pasada, después de muchos años dedicado a entender el cambio cultural en el mundo desde la composición de los valores en las generaciones. La premisa es simple: si usted sabe que los valores de un joven son diferentes a los de un viejo es muy probable que, en unos años la sociedad se parezca más al joven que al viejo.
Así, lo que hoy está pasando en Colombia era predecible en una buena medida. El pensamiento político y social de los jóvenes es diferente al de sus mayores, como siempre ha ocurrido, y no nos preparamos para ese cambio ni para crear canales de comunicación con ellos.
La democracia tiene muchos retos, y uno de ellos es que la participación de la ciudadanía solo se da en las elecciones, dejando 4 años sin espacios reales de interacción, que terminaron evolucionando en las redes sociales y apoyándose en las ya existentes manifestaciones y marchas. Por eso, en el mundo entero vemos jóvenes marchando y protestando porque quieren un cambio y la democracia solo les da la posibilidad de hacerlo cada 4 años.
Nuestro país tiene muchos problemas. Violencia, pobreza, desigualdad, racismo, clasismo, intolerancia, concentración de riqueza, narcotráfico, microtráfico y vandalismo entre muchos otros, y esto hace que haya miles de razones para marchar, protestar y querer el cambio, lo que permite que el cambio sea más fácil de predecir.
La historia de este paro comenzó hace mucho tiempo, incluso antes de los paros estudiantil de 2011, campesino del 2013, camionero de 2016, el paro nacional de 2019, y esta impactado por la votación del referendo del acuerdo de paz con las FARC, que dividió al país de manera profunda. Estamos viviendo la frustración de lo que esos paros no lograron: el deseo de un país mejor, la necesidad de mas participación y sobre todo el entender que los cambios son lentos; somos un país democrático muy inmaduro aún, donde pedimos las cosas con violencia, con catastróficas consecuencias: matándonos entre nosotros.
Esto sumado a la crisis económica por los aislamientos, el COVID y la baja popularidad del presidente antes de todo esto, hace que mucha gente quiera protestar, alzar la voz, quejarse, señalar y encontrar culpables. Es claro que el país ha mejorado mucho en el largo plazo, pero los cambios son lentos y la paciencia corta: una persona con hambre no puede esperar 10 años a que se reduzca la pobreza.
Por eso, las palabras de Inglehart y del Estudio Mundial de Valores, liderado hoy por Andres Casas en Colombia tienen más sentido que nunca: entendamos los valores de la gente, para hacer cosas valiosas para todos.
Camilo Herrera Mora