Comienza el debate por el aumento del salario mínimo, con dos retos enormes: la economía crece despacio y el aumento del 2017 no dinamizó el gasto de los hogares como se esperaba, lo que deja al mundo sindical sin uno de sus principales argumentos de negociación, porque se mostró que aumentar el salario mínimo en una proporción alta, no genera un aumento de demanda.
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En el 2016 y el 2017, el mínimo aumentó 7 por ciento cada año, cuando la inflación fue de 6,77 y 5,75 por ciento, respectivamente. Esto implica que la capacidad de compra de ese salario se incrementó, pero el gasto de los hogares no tuvo un buen comportamiento: creció del 0,6 y 1 por ciento, en términos reales para esos años. Con el empleo pasa algo parecido, ya que en el 2016 la cantidad de ocupados creció 0,6 por ciento, y en lo que va del año solo 1,3 por ciento.
La pregunta es clara: ¿por qué sube el salario mínimo, pero el gasto de hogares y el empleo no despiertan? La respuesta es relativamente sencilla: porque los demás sueldo no aumentan igual que el incremento del mínimo. En el 2016, los salarios aumentaron en promedio 7,4 por ciento, y en el 2017 cerca del 2 por ciento, lo que hace que la capacidad de compra sea menor, y muestra que los empleadores buscan trabajadores más baratos y/o les han subido los salarios mucho menos que al mínimo.
(Especial: Salario mínimo en Colombia 2018).
Ese es el riesgo de subir mucho el salario mínimo, porque desmotiva el empleo y puede reducir el crecimiento de los demás sueldos, causando que la demanda interna no se vea beneficiada. Esto pone el dedo en la llaga en este momento del debate, pues subir mucho el mínimo causaría un efecto perverso en la economía, adicional al tema de productividad y salarios estatales.
¿Qué hacer? Primero, sacar la discusión del salario mínimo de la falsedad del discurso, porque ni se debate cuanto deben aumentar los salarios en Colombia, ni el mínimo es el ingreso mínimo que debe tener una persona, sino el menor pago que debe recibir por su labor. Segundo, estimar la subida del salario mínimo en función del incremento que el mercado pueda pagar, porque la premisa de la productividad está en función de la visión empresarial y no necesariamente de la laboral. Por ello, las empresas siempre han sido francas al decir cuánto pueden subir los salarios, sin afectar sus plantas de personal, pero los sindicatos no escuchan estas razones. Tercera, los sindicatos deben defender el empleo y el salario de los colombianos, no el aumento del salario mínimo, que afecta por mucho al 20 por ciento de los ocupados del país.
El debate por el salario es uno de los más importantes que se realizan cada año y, desafortunadamente, termina siendo uno de los menos profundos y eficaces, más épocas electorales, en las que el Gobierno Nacional está tentado a hacer grandes anuncios y los sindicatos necesitan aceitar sus maquinarias para los comicios del próximo. La discusión del salario debe ser un debate económico y social, y no político y electoral.