Un tema pertinente y de actualidad como es el de la deserción en la educación superior, no recibe suficiente atención. Hace un tiempo, en una reunión, pregunté a un directivo de una universidad la tasa de deserción en su institución, y rápidamente contestó que era del 2 por ciento, tasa que solo se obtiene en muy pocas instituciones del mundo. Evidentemente, no se había ocupado del problema ola había calculado equivocadamente.
Actualmente, uno de cada dos estudiantes que ingresa a la educación superior no termina sus estudios. Los resultados de los alumnos de programas técnicos y tecnológicos, fundamentales para el desarrollo del país, son aún más preocupantes, pues solo uno de cada tres culmina exitosamente. La deserción de los estudiantes de familias de bajos ingresos, que acceden a esta educación es mayor a la de los estudiantes de más ingresos, que tienen puntajes similares en las pruebas de ingreso. Por esta razón es necesario ayudar a estos estudiantes destacados, que vienen de colegios de bajo desempeño y, en muchos casos, son los primeros de sus familias que, venciendo grandes obstáculos, han llegado a las universidades.
Es claro concluir que todos los estudiantes, pero especialmente los de bajos recursos, requieren atención y asesoría especializadas para que ellos y sus familias no vean frustradas sus esperanzas. Además, en muchos casos se añade el problema del cumplimiento de sustanciales compromisos financieros, adquiridos en el desarrollo de los estudios.
Las instituciones de educación superior deben seguir buscando la calidad, que aún es muy heterogénea, así como fortalecer sus programas de bienestar estudiantil para que cubran todo el plan de estudios y se disminuya la deserción. Deben incluir asesoría en la selección de la disciplina de estudio, fundamental, dada la proliferación de programas, profusamente anunciados en los medios de comunicación, que confunden a los estudiantes; sistemas de nivelación, cuando se requieran, particularmente en lecto-escritura, matemáticas e idiomas; asesoría y consejería, que incluya al cuerpo profesoral y, ojalá, a los compañeros de estudios; facilidades para que cambien su disciplina de estudio cuando la decisión hubiera sido equivocada, y asesoría para la consecución del primer empleo, con la colaboración de los sectores gubernamental y productivo.
En algunas ocasiones, me he referido a la importancia de la alianza Gobierno-sector productivo-sector académico, para fortalecer y consolidar la educación superior en Colombia, siguiendo el ejemplo de algunos países de mayor grado de desarrollo. El programa ‘Ser Pilo Paga’ y otros similares, que adelantan universidades, son importantes iniciativas que merecen ser apoyadas. Su éxito y su consolidación, requieren disminuir la deserción, con un seguimiento continuo, y la aplicación oportuna de medidas correctivas. Así se lograría controlar la inequidad y contribuir al desarrollo del país. Además, se lograría evitar la frustración de estudiantes y sus familias, que al abandonar sus estudios, han adquirido compromisos financieros de difícil cumplimiento.
Carlos Angulo Galvis
Exrector, Universidad de los Andes
cangulo@uniandes.edu.co