Cabalgar un tigre es una expresión utilizada hace ya tiempo en literatura. Se refiere a la idea de montarse en un proceso arduo, pero además en el cual interviene la decisión de si apearse puede resultar enfrentarse al animal hambriento; es meterse en una causa riesgosa y precaria que es difícil luego de abandonar. Concatena con el mito de Sísifo, en el cual hay que seguir empujando la piedra que se rueda, pero con la diferencia de enormes satisfacciones al llegar a las cumbres propuestas o el riesgo de que nos pise duro la piedra.
Encontramos en muchas ocasiones esta metáfora sobre todo en el trabajo diario. Cuando empecé mi labor como empresario me topé precisamente con Riding the Tiger de Thomas Ahrens, y en él describía compañías que operaban a ritmos frenéticos y sus implicaciones. Me marcó para liderar una empresa a altas velocidades y la dedicación que implicaba. Pero hasta hace poco hice la tarea de entender el detalle del significado expuesto arriba. Parece que al iniciar cabalgáramos más bien un tigrillo pero en la medida que se crece el animal se engruesa, dificulta su conducción y aumenta el dilema final. Esa constante del incremento en la complejidad fue documentada hace décadas por McKinsey, y persiste ilimitadamente en el crecimiento.
La decisión de continuar en el lomo del animal en el caso empresarial puede estar en las motivaciones de avaricia o ambición de un lado, pero, sobre todo, en los cambios en la industria, en la generación de empleo de calidad, de nuevos proyectos -no siempre exitosos-, pero que producen el entusiasmo para seguir en la batalla; en nuestro caso ha sido casi siempre lo segundo.
Las empresas con objetivos de crecimiento agresivo y guiadas por equipos que concuerdan con ellos tienen sin duda la metáfora del tigre en su día a día; cada miembro relevante del equipo empieza a cabalgar su propio tigre. Pero estas palestras no se limitan solo a lo empresarial: aparecen también en los deportes, en la política o en arte. Los retos que se plantean traen en sí primero descubrir el propósito de la misma manera como se pela una cebolla, de capa en capa hasta que vamos encontrando nuestro verdadero ser. Y vienen los continuos e infinitos ciclos de re invención de los productos y servicios, de la renovación del liderazgo, de las nuevas formas de restablecer y replantear actividades. Los desafíos de plantearnos llegar a cimas desconocidas sin entender siempre el nivel de piernas y de oxígeno necesarios. Pero ese es el juego de cabalgar el tigre.
Esta puede ser una autoreflexión, como la hecha por mi buen amigo Andrés Hoyos hace unos días en su propia columna. Pero es claro que avanzar en los tres campos esbozados en estas líneas anteriormente: el ambiental, el fiscal como el financiero, nos dan mucha más fortaleza para seguir sobre el tigre.
CARLOS ENRIQUE CAVALIER
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