Muchas de las personas que hace una semana identificaron sus perfiles en las redes sociales con la frase “No a la Reforma Tributaria” sobre el fondo tricolor, han comenzado a sustituirla por la imagen de una bandera blanca. Y los mensajes incendiarios que propagaron en sus muros, hoy son relevados por llamados a la paz y a la concordia, a detener la asonada de vandalismo y sevicia, calculada y dirigida, en un caos perfectamente organizado. Un paro que dejó de ser pacífico (no lo es bloquear una calle cuando a un grupo minúsculo de sujetos les da la gana), no cuenta con ningún responsable por el saqueo y la devastación y si tiene muchos cómplices, por no cuidar lo que reciben y emiten en sus redes sociales.
El paso de los días les ha demostrado que fueron utilizados por esa suma de fuerzas criminales que están detrás. El gobierno, que no ayuda mucho, retiró su malhadada reforma. Los llamaron a continuar. Contra la Reforma a la Salud. Y la Pensional. Esto y lo otro. Y mientras tanto, la realidad que se fue descomponiendo a su alrededor resultó más oprobiosa que su letal y precipitado apoyo a la revuelta.
Porque, digamos, ellos o sus familiares, sus madres y hermanos, salieron a trabajar o a ejercer su derecho a la libre movilización. No pudieron. Las estaciones de transporte público, y 600 de los buses que ciudades como Bogotá y Cali tenían para transportarlos, han quedado inservibles. Incinerados, destruidos con saña, desvaídos con la semilla del odio.
Tampoco han podido volver a los sitios donde compraban alimentos. Las tiendas populares han sido saqueadas y arrasadas. Pequeños negocios de sus parientes, en sus propios barrios, han sido aplastados por la maquinaria feroz de los vándalos. Si alguno tiene un familiar que es Policía, un hermano, su propio padre, hace varios días que no lo ve. Y es posible, que cuando se vuelvan a encontrar, esté quemado o herido. O simplemente no esté.
Y si viven en Cali, no les puede ir peor. Sectores enteros de la ciudad llevan más de una semana bloqueados, confinados. Sus habitantes han sido tomados prisioneros. No pueden ir a comprar (los supermercados están devastados), a llevar a sus padres a una vuelta médica (vacunarse), a trabajar. Y pariente que salió, afuera se quedó. No puede retornar. Esta es mi Cali, mi Cali bella, una Sultana en escombros.
Los vándalos han bloqueado las vías. No dejan pasar alimentos, ambulancias, salvadoras pipetas de oxígeno. Nada. Su victoria es la muerte. Por eso, muchas personas en sus redes sociales han entendido que debieron ser más cuidadosas. Que las manipularon. Que la emocionalidad inmanente al universo digital, la pérdida general de la capacidad de reflexión, no los dejó ver que el movimiento era también contra ellos.
Al final, solo muertos. De un lado y del otro, que es el mismo lado: Colombia.
Carlos Gustavo Álvarez
Periodista
cgalvarezg@gmail.com