Una de las más inobjetables vergüenzas de la patria es que sus habitantes lean en promedio un poco menos de dos libros por año. La cifra de horas semanales dedicadas a la lectura debe estar en la misma playa baja, y en todo caso, muy lejos del tiempo que invierten en India (10,7 horas).
Semejante cortedad bibliófila puede servir para explicar el cierre de librerías, que en Bogotá encabezan Buchholz, Tercer Mundo y la Gran Colombia, entre muchas que han clausurado sus puertas a lectores y escritores, pero sobre todo al pensamiento, al conocimiento y a la fantasía. Ambos hechos, mencionados en párrafos anteriores, hacen más que meritorio el papel que cumplen las sobrevivientes, entre ellas, Lerner,
Panamericana y la Librería Nacional, que arribó a su año número 75, con un cumpleaños en el que no se han visto ni cruces de Boyacá ni distinciones.
La historia de este ejemplo de perseverancia y dedicación, que alumbra en 35 puntos de seis ciudades colombianas, tiene su principio en el santandereano Jesús María Ordóñez Salazar. Había viajado a Cuba casi en pantalones cortos, recreando su adolescencia en la habanera librería ‘La moderna poesía’. Para Latinoamérica, Cuba es la madre de todo, caballero: radio y TV, literatura y música, y también, con este caso, de las librerías.
Ordóñez volvió a Colombia con la idea de fundar una librería que tuviera presencia en todo el país, y el 7 de septiembre de 1941 instaló en Barranquilla (que también tiene su oficio de partera en casos como la aviación, la cerveza y la radio) la Librería Nacional. Continuó su ruta en Cartagena y Santa Marta, dio un salto hasta Cali y luego remontó cordilleras para asentarse en Medellín y Bogotá, y finalmente en Pereira. Creó el autoservicio en cuestión de libros, pues antes de la Librería Nacional estas funcionaban como tiendas y no se podía pasar del mostrador.
La casi totalidad del periplo bibliográfico de Ordóñez ha sido cumplida en compañía de Felipe Ossa, hijo de librero, con quien se completa la figura de los dos quijotes, y que sencillamente se define como “el empleado más antiguo”, sin apelar a su condición de pilar del gran logro. Tengo la fortuna de sentarme a escuchar su palabra sabia cuando le llevo mis libros, y doy fe irrevocable de su apoyo, pero, sobre todo, de su dulzura para hablar de títulos y autores, para dibujar sus mandalas de sueños y de textos.
La Librería Nacional celebrará con una donación de libros a la Biblioteca Nacional de Colombia. También creará un premio de novela para escritores menores de 18 años, pues según Felipe hay talento inmenso en esas edades, con producciones literarias de sorpresa.
Sobre el libro, como los periódicos y tantos alicientes de nuestros días, caen sin piedad presagios de extinción, pero tendrán santa vida para largo rato. Benditos sean sus templos, como la Librería Nacional, para la que urdo esta nota de gratitud, de aprecio para Felipe Ossa, y de homenaje para el hombre que la trajo de Cuba como si fuera un ‘Sóngoro cosongo’.
Carlos Gustavo Álvarez G.
Periodista
cgalvarezg@gmail.com
columnista
Feliz aniversario
Dos hombres valientes crearon la Librería Nacional, que sigue alimentando la curiosidad de miles de amantes de la lectura.
POR:
Carlos Gustavo Álvarez
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