Al comenzar el año 2008, el entonces ministro de Comercio Luis Guillermo Plata estaba en ascuas. Trataba desde su cartera de prenderle la mecha a la productividad anquilosada. Promover exportaciones, inversiones, acuerdos de libre comercio, tratados de doble tributación… Salvar a Colombia del coco que representaban la inminente desaceleración de la economía estadounidense y la reculada de Venezuela como el más importante aliado comercial del país.
El asunto consiste en cómo pasar de la pobreza a la riqueza en un tiempo razonable. Cómo tener un país productivo. Superar la desigualdad y su hermanita perniciosa, la inequidad. Volvernos realmente competitivos en este mundo de alacranes. Evitar el sacrificio infame de próximas generaciones.
“¿Por qué no hemos superado el rezago que tenemos frente al mundo –le preguntó Dinero– y no hemos podido mejorar el bienestar de los colombianos?”.
Y Plata, profesional idóneo, respondió: “Aunque hemos venido recuperándonos de un rezago infinito, eso no es suficiente para pasar al siguiente nivel. Yo me he preguntado por qué hay países que han sido más exitosos que otros combatiendo la pobreza y qué han hecho ellos de distinto. Pues bien, he concluido que Colombia ha sido un país un poco miedoso a la hora de tomar decisiones y terminamos haciendo las cosas 30 años más tarde que los demás países”.
País miedoso y lento a la hora de tomar decisiones. No solo frente a casos de éxito superlativo en tiempos flash como Corea del Sur, y otros ejemplos como Irlanda y Taiwán, sino de vecinos determinados como el mismo Ecuador. Pléyade de lugares que, como repetimos, no tienen ni de cerca los beneficios de océanos, recursos y factores naturales y humanos, y el etcétera, etcétera de esta asolada nación.
La percepción de que en Colombia los ciclos de toma de decisiones son extraordinariamente morosos y tortuguescos me la confirmó hace poco el presidente de una multinacional, que acomete la transformación digital para empresas y sectores del país. “Se toman su tiempo…”, dijo.¿Podemos seguir así?
Colombia es el primer productor mundial de hoja de coca. Ese poderoso factor de narcotráfico quebranta los parámetros habituales de la economía, en términos del flujo de dinero (lavado), y rompe sin agüero el escudo protector de valores morales y tejidos sociales. Para no hablar de la expropiación de tierras, el asesinato y expulsión permanente de compatriotas en lugares como el Bajo Cauca y la implacable deforestación de miles de hectáreas que muy pronto podrían sumar 290.000 sembradas de coca.
A lo anterior se suma la informalidad. Flagelo monstruoso que se está extendiendo como peste por las calles de ciudades y pueblos, con su componente mafioso y criminal que pelecha en la incapacidad de este país de levantarse seriamente como una patria productiva y legal.
¿Razones de la pachorra en la toma de decisiones, en el paradójico escenario que nos sienta en la Ocde así no más? Falta de voluntad de nuestra desganada política. Prevalencia de los intereses sectarios e individuales sobre el bien común. Aplastante influencia de la multimillonaria corrupción. Flaqueza en el liderazgo. Abandono estatal del territorio. Poder criminal. Idiosincrasia. Ausencia de acción civil. Hay más. Pero no hay más (espacio).
Carlos Gustavo Álvarez G.
Periodista
cgalvarezg@gmail.com