El mundo que el 11 de marzo de este año borroso la Organización Mundial de la Salud confinó a la pandemia no es el mismo que está escuchando sus mensajes ocho meses después.
Aquellas naciones que con sus pueblos acogieron la amenaza imperial del virus, y con la negligencia o la oportunidad de sus gobiernos marcharon hacia el apogeo del distanciamiento, no advierten el peligro. Por lo menos, el notificado por la OMS.
El organismo ecuménico repara sobre el crecimiento desbordado de casos y contagios. Pregona sobre un rebrote, que además esquiaría sobre las heladas olas del invierno. Advierte que el virus está cambiando, altanero frente a la agonía del largo esfuerzo realizado por el colectivo de la salud. Y pide prudencia con relación a las vacunas y la milagrosa curación, ante vocerías mesiánicas de los laboratorios.
Si el virus ha cambiado, también lo ha hecho el mundo que azota. Ya se agostaron las posibilidades de acatar con sumisión cuarentenas marciales. La población se ha volcado a las calles y ha retornado a los encuentros, por un sencillo principio de vida.
Y porque tiene que producir, regenerar la economía, contactarse con pieles y con voces verídicas, ser humanos. Acepta protegerse con tapabocas, abluciones continuas de sus manos y geles y alcoholes, pero se niega a parar.
De la prisión redentora, la mente humana ha salido enferma. Trastornada. Han estallado con fuerza de volcán emociones como la ira y la tristeza, enfermedades como la depresión y tentaciones luctuosas de suicidio, con un auge de aquellas que lo han consumado.
Las ciudades están caldeadas como hierros en fragua y han medrado en el caos y en la tensión entre prójimos. Gobiernos y gobernantes están en la picota, y figuras tradicionales de “la normalidad”, como el político y el burócrata tambalean en la cuerda floja del repudio.
Lo mencionado ocurre no solo por el hervor de las decepciones individuales y las insatisfacciones colectivas. También porque la ascendencia de la OMS se ha quebrantado.
Con la impopularidad de su discurso cuestionado este, también, desde las huestes de la conspiración y el desacato, de las sospechas de la debatida propiedad que tienen sobre ella personas como Bill Gates y entidades glotonas de ganancia.
La misma comunidad médica ha sufrido un cisma. Hay doctores que promueven y alaban las decisiones tomadas. Y colegas suyos que no cesan de hablar de una enorme equivocación, tanto en considerar precipitadamente al brote como una pandemia, como en recluir a poblaciones sanas y enviar al precipicio la economía.
Es responsabilidad de los gobiernos, superando, eso sí, los palos de ciego que hayan dado, equilibrar las dos fuerzas. Y establecer un camino de sabiduría para la supervivencia, sin la, esa sí, pandemia de la corrupción.
La OMS clama y reclama. Plantea suspicacias sobre el furor vacunal y las incapacidades nacionales para almacenar la diosa de inmunidad que llegará tarde a los países pobres… Mientras tanto, el mundo solo quiere ser él. Cueste lo que cueste. OM.
Carlos Gustavo Álvarez
Periodista.
cgalvarezg@gmail.com