MIÉRCOLES, 29 DE NOVIEMBRE DE 2023

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Carlos Gustavo Álvarez
columnista

Suplicios domésticos

La mujer puede ser el ama de casa o la señora del servicio o ambas, cuando la brega es monumental. 

Carlos Gustavo Álvarez
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Carlos Gustavo Álvarez

Hasta conocer la estrechez espacial de los confinamientos y las cuarentenas que decretó la pandemia, los hombres (la mayoría, aunque vale el cliché de las excepciones) fuimos espectadores privilegiados de una tribuna abusiva, mientras en la arena una mujer (mujeres) se enfrentaba al toro colosal de los oficios domésticos.

Pido perdón de antemano por la analogía taurina, espectáculo de terror en el que solo aprecio los pasodobles y el libro de Ernest Hemingway “Muerte en la tarde”. Pero la imagen de diferencia de fuerzas y tamaños me parece aceptable.

La mujer puede ser el ama de casa o la señora del servicio o ambas, cuando la brega es monumental. Está aperada de un trapo en vez de capote y muleta, y a cambio del estaquillador tiene una escoba o un plumero, mire usted.

El toro de los oficios domésticos es casi mítico, magno cuadrúpedo de astas infernales. Lo conforman varias partes. La limpieza de la casa, por ejemplo, rincón por rincón, resquicios en detalle, tratando de desterrar un luciferino elemento llamado mugre y su atroz manifestación sobre la tierra: el polvo.

No se trata del polvo feliz, denominado “polvazo” en su fortuna pletórica. Este polvo que menciono es una lluvia de partículas sólidas, con un diámetro menor a los 500 micrómetros y que cae eternamente sobre todas las cosas.

Las cubre, las penetra, se apodera de ellas, las envilece. Y a ese Armagedón se han enfrentado las mujeres todos los días, a toda hora, en el mundo entero, despuesito de Adán y Eva.

No es solo eso. Está el arreglo de las habitaciones, la ablución de la ropa, a la que ese aparato mágico llamado “lavadora” trajo un alivio, porque imagínense lo que era eso en las rocas del río o en los lavaderos pedregosos.

A la ropa, que siempre es demasiada y siempre está percudida, hay que hacerle el proceso del embellecimiento llamado “planchado”. Ambas tareas lastran las columnas vertebrales de las mujeres y devastan sus manos sin piedad.

Les falta el arreglo de la cocina, una operación que nunca termina, pues cuando han acabado de fregar el bendito último plato, siempre aparece algún chistoso con otra contribución infame. Cocinar, con todos sus perendengues –pelar, hervir, cortar, rallar, macerar y etceterar–, ya ha sido un quehacer de titanes, para que ahora le siga el lavado de la loza y la limpieza del hábitat del guiso.

Algo de todo aquello, creo, hemos tenido que hacer los hombres en la clausura. Ojalá con la esperanza de haber entendido que eso que llaman “oficio doméstico” es más pesadilla y suplicio.

Que merece consideración hacia las mujeres y compasión con las empleadas, extensiva a quienes hacen tareas de aseo y limpieza en oficinas y otros espacios, con un elemento común de heroísmo: el arreglo de los baños. Seguro hay más cosas, que una lectora o un lector que las haya padecido pueda agregar. No sé, en todo caso, cómo salen indemnes de esa lidia.

Carlos Gustavo Álvarez
Periodista
cgalvarezg@gmail.co

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