Luego del amanecer del 22 de noviembre, nunca había visto tan unidos a los vecinos del edificio como cuando estábamos próximos a celebrar la primera noche de la Novena de Aguinaldos.
Los niños con sus pandereticas dispuestos al villancico y las abuelitas del quinto piso con sus oraciones centenarias. Una postal navideña.
De repente, ruidos disonantes, sonar de choques metálicos… Y he aquí que, en la esplendente noche, como una epifanía inesperada, irrumpe en el salón comunal un grupo de muchachas, seguidas por algunos jóvenes encapuchados. Golpean bulliciosos peroles alarmantes.
Una verdadera fiesta.
Las abuelitas, que a estas alturas de su transcurrir vital se contactan con el mundo con ciertas desventajas auditivas y oculares, todas ternura, pensaron que era una fanfarria sorpresa aportada por la administradora del edificio.
–¡Mira los disfraces! -dijo una.
–¡Vamos, pastores, vamos! -contestó la otra, aplaudiendo con sus manitas.
Y ahí fue cuando los jóvenes e inopinados visitantes respondieron:
“Los pastores no se rinden, carajo. ¡Los pastores se respetan, carajo!”.
Estábamos atónitos. Una de ellas (una de las irruptoras, no de las abuelitas), habló.
–El Comité Nacional del Paro ha dispuesto esta coyuntura para la reflexión sobre la problemática social.
–Traemos un pliego de peticiones para el Niño Dios –dijo otra.
Uno de los encapuchados desconectó las luces del arbolito, tan bonito que se veía y el tiempo que tardamos en decorarlo.
–Sin vandalismos, compañero -dijo una de las lideresas–. Esta es una toma pacífica: cierre la puerta y que no salga nadie.
–Ay, no, niñas, no se comporten como el Rey Herodes -dijo una de las abuelitas–. No nos decapiten la alegría.
A lo que respondieron en un coro vital y unívoco:
“Herodes, paraco, ¡el pueblo está berraco!”.
Alguno de los vecinos repitió el estribillo, buscando congraciarse con este sector de la población que interrumpía apaciblemente la Novena.
–No queremos Mesa de Negociación ni de Conversación. Vamos directo a la Implementación.
–Muchachas -dijo la otra abuelita--. Esperen, por lo menos, a que nazca el Niño…
Se miraron entre ellas. Y con ellos. Susurraron. Llevaron los pulgares a sus smartphones.
–Aquí nos quedamos -dijo una de ellas–. Hasta que venga el Niño.
Y aquí estamos.
Carlos Gustavo Álvarez
Periodista
cgalvarezg@gmail.com