Justo cuando Colombia transitaba entre las dos fechas que marcan sus ‘independencias’, el periódico inglés The Telegraph eligió nuestro himno nacional como el sexto más horrible entre los de las 207 naciones olímpicas.
No lo hizo, por supuesto, por la melodía sublime que le acompasó el italiano Oreste Sindici, sino por la letra espantosa de un coro y once estrofas que Rafael Núñez concibió como una oda para celebrar la independencia de Cartagena, y que, espontáneamente, se adoptó como cántico nacional a finales del siglo XIX.
¿Qué pasará después de la guachafita que se ha armado por bajarnos del bus que nos llevaba a sentarnos un asiento atrás de La Marsellesa?
¿Vamos a llegar a la celebración en 2019 del Bicentenario de la Batalla de Boyacá, con este himno del que el periódico inglés solo confirmó lo ya todos presentíamos?
Los símbolos patrios han estado siempre servidos en la mesa de la discusión. La bandera que Francisco de Miranda ingenió, en 1801, para representar la añorada unidad latinoamericana ha sido la menos vapuleada. No les va igual de bien ni al escudo y mucho menos al himno.
El emblema heráldico ha recibido todo tipo de críticas y bastantes sugerencias, más que de actualización, de simple correspondencia con la purita realidad. Oscilan en descartar la presencia de un cóndor que se está extinguiendo, los cuernos de una abundancia que no nos embiste a todos, un inusual gorro frigio y el istmo de Panamá, que mejor no hablemos.
El himno nacional canta sus propias penas. Aunque las emisoras lo transmiten dos veces al día, en punto de las 6 y de las 18, y se entona en todos los actos públicos, y mientras los futbolistas le coquetean a la cámara de tv, su letra es un hazmerreír para generaciones que están en otro cuento.
Un documento del Ministerio de Cultura, fechado en el 2008, y titulado ‘"Bicentenario de las independencias Colombia 2010 - 2019, una historia con futuro’, plantea esa desavenencia entre celebraciones atávicas y visiones contemporáneas. La reflexión que propone en torno a la forma como para muchos contemporáneos “la celebración del 20 de julio no tiene la fortaleza que era incuestionable para nuestros padres”, es válida también para el himno nacional:
“Es hoy aceptado que, con alguna frecuencia, una nueva generación hace sus propias preguntas y realiza, por lo tanto, una lectura diferente de lo que le importa de ese inmenso océano que es lo acontecido para cada grupo humano”.
Tal vez ha llegado la hora de reflexionar y determinar si queremos seguir con la letra del himno nacional. No mirando al pasado, sino al futuro. La patria así se forma. Termópilas brotando.
Carlos Gustavo Álvarez G.
Periodista