Resulta difícil describir la emoción de mi hija, luego de terminar sus clases de conducción y tramitar su licencia. Es más fácil referirme al pánico que tenía yo, sentado a su lado como copiloto, en la primera salida conjunta al tráfico de Bogotá.
--Papi --me dijo, luego de permanecer detenidos casi un minuto detrás de un automóvil que no relacionaba la luz verde del semáforo con el movimiento--. ¿Por qué no avanza ese señor?
--Bueno, está atendiendo el celular. Enviando mensajes, viendo un video…
--¿Pero no se supone que eso está prohibido?
Un padre debe ser sincero con sus hijos. Después de la fantasía de pétalos de la infancia, acuatizarlos en la piscina de espinas de la realidad.
--Nena, lo prohibido en Colombia es tan relativo… También está prohibido manejar sin manos libres, parar donde está la señal de una P negra atravesada por un círculo rojo, pasarse el semáforo en rojo…
El conductor que nos obstaculizaba levantó la mirada. Y se pasó el semáforo cuando la señal amarilla languidecía. Se estacionó en la X y nos dejó allí parqueados.
--Los conductores en Colombia somos un poco daltónicos, mi amor. Confundimos frecuentemente el rojo o no lo vemos. También sufrimos dislexia. No vemos la X en los cruces.
Para ese momento, el carro estaba cercado por motos, bicicletas, un carrito de frutas, vendedores ambulantes, dos mimos, peatones que se birlaban las cebras y un grupo de negros fornidos y de sonrisas brillantes, que parados todos sobre uno hacían malabarismos con machetes.
--¿Y cómo voy a arrancar aquí?--, me preguntó la niña
--Con mucho cuidado, nena. Dejas que sigan las motos, el carrito de frutas, las bicicletas, verificas que el más pequeño haya descendido de la pirámide con el machete en la mano, que no haya peatones a la vista, que nadie esté echando reversa…
--Pero papá, en ese momento ya me han levantado a pito…
--Es posible, pero aún te falta la prudencia que hace verdaderos sabios y que se debe aplicar cuando quien va delante de ti pone la direccional izquierda y voltea a la derecha…
--¡Pero eso no pasa en ninguna parte del mundo, solo acá!, dijo la niña, mientras nos detenía una caravana de escoltas y de agentes motorizados que garantizaron minutos después el tránsito del personaje en el carro blindado.
--Bueno… tienes que ir a Turquía…
--¿Arranco? --me preguntó mi hija, cuando el ruido de pitos e improperios era intolerable.
--Esperemos a que la señora que nos dejó el calendario del mundial en el vidrio delantero lo recoja…
--El instructor nunca habló de esto, dijo la niña.
--Porque la educación instruye y la realidad enseña.
Para el momento en que dije esa frase, habían transcurrido cerca de 25 minutos y el odómetro difícilmente había remontado los dos kilómetros.
--Voy a llegar tarde --dijo mi hija--. Tengo clase de siete.
--Hay que salir más temprano. Por ahí a las 5 y 30 de la mañana. --¿Qué?
Ya aprenderá mi hija a manejar en el tráfico de Bogotá. Lástima.
Carlos Gustavo Álvarez G.
Periodista