Es tan grande el deseo de que Colombia viva en paz, que durante años la opinión pública nacional fluctuó entre el apoyo a la mano dura y el respaldo a la solución negociada. Esa actitud ha expresado tanto los anhelos colectivos como la capacidad de acompañar la búsqueda de alternativas que conduzcan a la recuperación de la tranquilidad. Todos los gobiernos que hicieron esfuerzos para encontrar caminos de solución por la vía política disfrutaron, en un principio, de generosos márgenes de confianza. Algunos de dichos empeños produjeron resultados satisfactorios con ciertos grupos. Pero muchos de ellos dejaron sólo frustraciones e indignación, toda vez que pusieron en evidencia la ausencia de voluntad real de paz por parte de las Farc, tal y como quedó claro en los diálogos del Caguán, pese a los esfuerzos del presidente Pastrana. No obstante, siempre que aparecía una nueva luz de esperanza, así esta fuera tenue, amplios sectores del país dejaban de lado el dolor de los fracasos para apostarle de nuevo a la negociación.
Además de que el logro de la paz era y sigue siendo el gran sueño de la nación, la mencionada actitud estaba influenciada por la imagen de invencibles que había llegado a rodear a los jefes de ese grupo terrorista. Hoy, las cosas son muy distintas.
La capacidad de las fuerzas legítimas del Estado está probada y cuenta con el respaldo entusiasta de los colombianos, la idea de que los guererilleros se mueren de viejos quedó en el pretérito y es claro para todos que las Farc usan los espacios de negociación para fortalecerse, paralizar al Estado y generar presiones internacionales que les permitan tomar oxígeno. Como la costumbre de hablar de paz y hacer terrorismo es tan vieja como la existencia de esa organización, no debe sorprender a nadie que ahora anden en las mismas. Lo que debe evitarse es caer en confusiones a raíz de algunas cartas del nuevo jefe de las Farc.
La verdad es que en esa producción epistolar no hay nada nuevo. Se trata de la antigua práctica consistente en escribir sobre el propósito de buscar acuerdos políticos y realizar actos de terrorismo para llegar fortalecidos a una hipotética mesa de conversaciones, después de mostrar con intensas acciones delictivas capacidades de destrucción frente a las cuales la sociedad no tiene camino distinto a conceder lo que se le exija.
En esta materia, Colombia no puede perder el rumbo. El Estado tiene el deber de seguir combatiendo con toda la fuerza de la legitimidad hasta que se cumplan las condiciones que planteó con tanta consistencia el presidente Uribe y ahora reitera el presidente Santos.
Solamente cuando las Farc liberen a los secuestrados sin condiciones y cese el terrorismo en sus distintas formas, será posible un proceso que cuente con el respaldo de la nación y el acompañamiento constructivo de la comunidad internacional.
Actuar de otra manera sería regresar ingenuamente al pasado y perder los avances que se han logrado con mucho esfuerzo y sacrificio.
Carlos Holmes Trujillo García
Exministro y exembajador
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