En medio de decenas de definiciones de la palabra estrategia para el contexto empresarial, sigo optando por aquella de Donald Sull, profesor de MIT, que por sencilla y práctica encuentro pertinente para quienes trabajamos en el ámbito del pensamiento estratégico aplicado: escoger en qué queremos convertirnos y cómo vamos a lograrlo.
Esta definición tiene implícita una condición: hacer estrategia incluye contar con una visión, con claridad sobre la versión futura en la cual deseamos convertirnos, con una aspiración explícita respecto a lo que seremos, con un destino deliberado hacia el cual encaminaremos todas nuestras acciones.
He observado que algunos consultores y estrategas prácticos separan la definición de la visión, también comúnmente llamada ahora aspiración, del direccionamiento estratégico como tal. Así entonces, en su metodología proponen primero definir una visión y luego plantear una estrategia, expresada como un conjunto de escogencias para alcanzar tal aspiración. Otros consideramos que la visión, en tanto es una elección, hace parte de la definición misma de la estrategia en su nivel corporativo más elemental, la cual se articula con la misión o propósito superior, aquello por lo que existimos y que sintetiza el impacto que proponemos a nuestras partes interesadas.
Estructurar una visión en lo empresarial se asimila al ejercicio de ensamblarla en otros ámbitos, como el político o el personal. Los políticos nos plantean una visión de país desde perspectivas sociales, económicas, jurídicas, ambientales, y educativas, entre otras tantas. Las personas declaramos una visión que incluye, por ejemplo, lo moral, familiar, educativo, profesional, laboral y económico. En las empresas, por su parte, la visión suele incluir asuntos relacionados con su alcance geográfico, los ámbitos de negocios en los que participarán y crecerán, sus pilares competitivos y capacidades distintivas que las definirán en sus industrias, la diversidad de su portafolio y en sus fuentes de ingreso, su tamaño en ventas y márgenes de rentabilidad, las características de sus clientes, la estructura de capital y fronteras de riesgo, los posibles aliados, su cultura organizacional y el perfil de su talento humano, entre otros.
Una recomendación práctica antes de abordar la definición de una nueva visión o aspiración es generar insumos para ello desde tres preguntas claves: ¿cuál es nuestra estrategia presente?, ¿qué elementos del entorno son relevantes para definir nuestro futuro?, ¿cuál es nuestra situación actual y con qué contamos para tener derecho a una nueva visión? Estas respuestas nos permiten unir puntos para identificar oportunidades y, literalmente, listar esos 12 o 15 rasgos de la empresa que seremos dentro de 3 o 5 años, por ejemplo. Con esos rasgos acordados, es posible pasar a sintetizarlos en una frase corta y motivante que se convierta en un faro estratégico cotidiano para cada integrante de nuestra organización.
Carlos Téllez
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