El nivel de exigencia para las juntas directivas se ha elevado significativamente en su tarea de tomar decisiones. En un entorno muy retador, como el que enfrentan las empresas en estos momentos, el número y relevancia de las decisiones que los equipos ejecutivos escalan a sus juntas suele incrementarse y los riesgos de equivocarse son ahora mayores aún para los directorios que funcionan apropiadamente.
¿Por qué toman malas decisiones las juntas directivas? Expertos coinciden en algunas causas que los directorios podrían gestionar para procurar hacer mejor aquello que sí depende de ellos. A partir de diversas fuentes reconocidas, estas son algunas razones que con frecuencia explican las malas decisiones de las juntas.
Deficiencias en el conocimiento del papel de una junta directiva por parte de sus integrantes, así como de la industria y de la empresa misma, deterioran la calidad de las decisiones. Las brechas de información entre la junta y el equipo ejecutivo, naturales pero superables, al igual que la dependencia excesiva en el directorio del grupo gerencial para sus análisis, socaba el proceso decisorio. La falta de claridad en cuanto al papel de la gerencia dentro del gobierno corporativo, ligado a lo que expertos denominan el ‘culto a la presidencia ejecutiva’, que poco tolera cuestionamientos y todo necesita ser a su manera, llevan a las juntas a tomar riesgos innecesarios de manera consciente o inconsciente.
Las juntas directivas que no abordan seriamente su papel de control, poco disciplinadas en el seguimiento a las decisiones que toman, más enfocadas en el corto plazo que en la viabilidad duradera de la empresa, y carentes de confianza suficiente entre sus miembros para discrepar abiertamente, están más expuestas a tomar malas decisiones. Igualmente, las juntas poco diversas, en las que la mirada a los asuntos tiende a ser homogénea, y que además no son proclives a recurrir a asesoría de expertos, externa o interna, se exponen más al error.
En las juntas directivas cuyo presidente ejerce su papel de manera pasiva o, en otro extremo, de forma monopólica, los riesgos de fallar son mayores. También cuando la falta de independencia es generalizada entre los miembros, cuando aquellos son incompetentes por una designación de espaldas a los perfiles necesarios, o cuando sus ocupaciones, incluso negligencia, les impiden prepararse para las sesiones. Las juntas con accionistas activistas, que ejercen presiones indebidas sobre la junta, también distorsionan su capacidad para decidir.
Ahora que la posibilidad de equivocarse es mayor para las juntas, aun cuando tengan la mejor intención de acertar, es crítico evaluar sus oportunidades tangibles de mejora en sus procesos de decisión, para asumir a plena consciencia dicha responsabilidad.
Carlos Téllez
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