Como lo han mencionado muchas mujeres, el cuidado es la única actividad que no se ha detenido un segundo, sino que por el contrario se ha dinamizado en medio de esta crisis de la covid-19. Y no solo se trata de estas tareas remuneradas en las cuales el 70% del personal en salud son mujeres, sino del cuidado no remunerado.
Esa misteriosa actividad para muchos, pero insustituible, que realizan las mujeres en el hogar sin el cual la vida sería un caos para muchos. Hoy millones de personas contaminadas están en sus hogares, cuidadas fundamentalmente por las madres, las hijas, sus parejas en general, de nuevo prioritariamente por mujeres.
Antes de la pandemia, en foros internacionales se había denunciado esa inmensa transferencia de trabajo gratuito y sin reconocimiento que las mujeres vienen haciéndole al mundo y en particular a sus economías. Pero ahora no solo se ha vuelto visible, sino que empiezan a salir las consecuencias de subestimarlo y de no vigilarlo por parte del Estado.
Lo máximo que se ha logrado hasta ahora es medir esa contribución de lo que por fortuna ha dejado de llamarse trabajo doméstico para reconocerse como la economía del cuidado no remunerado. Gracias a la Ley 1413 de 2010, la primera de América Latina, el Dane mide periódicamente su valor por medio de encuestas de Uso del Tiempo. Y para sorpresa de los economistas su contribución al PIB es entre el 19% y el 20%, muy superior a lo que aporta la industria, 11%, el agro (6%) e incluso el sector financiero en su conjunto (18%).
Sin embargo, se quedó en una Cuenta Satélite de las Cuentas Nacionales, que a diferencia de las otras Cuentas Satélites no se considera como una actividad productiva. Lo único que se ha logrado es que se conozca su valor, pero la economía, su academia, se niegan a aceptar que es una actividad productiva como la educación y la salud. Pero la economía del cuidado no es igual a ninguna de las dos y junto con la economía del cuidado remunerado, debería ser un sector productivo por sus especificidades: su capacidad de generar enlaces con otros sectores esos sí reconocidos como parte de la corriente económica, y sobre todo, por generar un inmenso bienestar a la población.
Al ser actividades subestimadas simplemente porque la realizan en su mayoría mujeres que se suponen nacen y mueren como cuidadoras, empiezan a aflorar precisamente en medio de esta pandemia, las terribles consecuencias de no aceptar su valor, su contribución a la vida de la población y sobre todo su capacidad de generar una dinámica económica inmensa. ¿Qué hacer? Cuando se distribuyan estas actividades entre el Estado y el mercado empezarán a ser parte de la dinámica económica de los países algo que no sucede en ninguna parte del mundo. Pero lo que afirman olímpicamente los economistas es que esto sucederá naturalmente así que no hay que hacer nada. Es decir, la academia espera que en 150 años, cuando las mujeres lleguen a la igualdad con los hombres, ese cuidado pasaría necesariamente al Estado y al mercado. ¿Y mientras tanto qué?
Las mujeres que trabajan en el mercado laboral viven agotadas porque a sus horas de trabajo se suman las del cuidado. Y las que lo realizan en el mercado son subestimadas, mal remuneradas y para colmo las llaman cuidadoras o cuidadores, a los pocos hombres, fuera de toda protección legal. Pero además cerca de la mitad de las mujeres en edad de trabajar, con frecuencia más educadas que los hombres, no sale al mercado laboral porque nadie les cuida a sus hijos, nadie les facilita las labores del hogar, se frustran al no tener autonomía económica y, además, siguen en una posición de subordinación con todas las consecuencias que esa situación implica. ¿A alguien le importa? A pocos, porque las mujeres nacieron para ser cuidadoras y los hombres para ser proveedores. Nada más alejado de una realidad cuando el 40% de los hogares en Colombia tiene a una mujer como su cabeza, 18% son hogares unipersonales y cuando en ese sector rural patriarcal, ya el 20% de las mujeres están solas frente a su familia.
Como no se ha podido por lo positivo vamos a ver si por las consecuencias nefastas de ser ignoradas estas actividades por los Estados y por la sociedad, la economía del cuidado remunerada y no remunerada por fin deja de estar en el cuarto de atrás de los economistas y gobernantes. El escándalo que sacude a España es porque el cuidado de ancianos se le dejó al sector privado sin vigilancia ni control. Se consideró un negocio.
Pues resulta que uno de los hombres más ricos del país dueño de una gran proporción de ancianatos, ahora está en la mitad de un cuestionamiento público porque la mortalidad de los ancianos en esos lugares de su propiedad es alta. Nunca se prepararon como se debía ni se atendieron los llamados para dotar de personal y de insumos a estos centros para evitar su muerte.
¿No es esto similar a lo que pasa en guarderías del Estado y en los pocos centros de atención de personas que requieren cuidados especiales sin control ni vigilancia? Esto sucede porque el cuidado no importa.
Pero todos requerimos cuidado y llegó la hora de reconocerlo como una actividad sin la cual la vida de la gente estaría sometida a graves falencias. Es fundamental que el Estado lo reconozca como un nuevo sector productivo que libera mano de obra femenina, genera empleo, ingresos, impuestos y dinamiza el PIB. Pero por encima de todo asegura bienestar.
Cecilia López Montaño
Exministra
cecilia@cecilialopez.com