Colombia es un país donde la política, en todas sus expresiones, acapara totalmente el panorama del debate nacional. A pesar de contar con muy buenos economistas desde hace mucho tiempo, al estar encasillados, la gran mayoría de ellos, como tecnócratas, solo se les llama a opinar cuando se trata de temas específicos relacionados con esta profesión. País de abogados, decían nuestros antepasados, y la pregunta es si estos profesionales no siguen llenando las discusiones en Colombia. En estos momentos, cuando los colombianos estamos viviendo de escándalo en escándalo, es absolutamente necesario mirar seriamente cómo le puede ir a la economía del país, precisamente por esos elementos de incertidumbre que se le están agregando a la ya compleja situación de una nación que sigue buscando la paz.
Una mirada serena a los principales indicadores económicos demuestra que sí hay razones para preocuparse. Después de todo, la vida de los ciudadanos también está asociada a la posibilidad de tener trabajo, disponer de ingresos que les permita el consumo de bienes y servicios que garanticen un nivel de vida adecuado para ellos y sus familias. Suena muy simple, pero definitivamente dar esa garantía no es nada fácil.
Para empezar, Colombia perdió hace ya algunos años esa dinámica económica que traía y que, sin duda, contribuyó a mejorar índices sociales como la reducción de la pobreza, el crecimiento de la clase media y convertir a muchos pobres en vulnerables, por encima de la línea de pobreza. Nada ideal y lejos de lo que debería ser para un país con tantos recursos naturales y humanos como Colombia, pero que sí se podía interpretar como indicadores de avance de una sociedad en desarrollo. Sin embargo, esa tendencia se estancó, por no decir que se reversó.
La verdad es que la realidad de la economía en estos momentos no es positiva, así algunos excesivamente optimistas o demasiado cercanos al gobierno, señalen lo contrario. La anunciada recuperación del crecimiento, que se dio como cierta, va a pasos de tortuga, acompañada por algunas realidades muy preocupantes. Todo el cuento del emprendimiento, del impulso al sector privado, por medio de estímulos gubernamentales –está demostrando que, aunque se creen empresas, muchas de ellas mueren antes de tiempo y definitivamente–, no crean el empleo que se requiere. Lento crecimiento y alto desempleo no es lo deseable. Abundancia de déficits, entre ellos el fiscal, que el Gobierno no ha podido resolver, el de la cuenta corriente, por no exportar lo suficiente y por continuar comprando en el exterior, y algo que a muchos preocupa, el crecimiento de la deuda como porcentaje del Producto Interno Bruto. Además de un contexto internacional complejo.
No es, entonces, momento para este clima de alta tensión en el que se encuentra el país, dividido cruelmente entre la paz y la guerra, con crisis institucional en la justica y con un ambiente de incertidumbre que flota en el aire. Con un gobierno que después de casi 9 meses de haber llegado al poder no logra acomodarse exitosamente, generando desconfianza en el país. La última encuesta revela que el pesimismo de los colombianos ha llegado a niveles del 70 por ciento, lo que se convierte en un clima que puede paralizar gravemente la dinámica del aparato productivo nacional.
Todo esto afecta una variable económica crítica: las expectativas que definen, en alto grado, si se invierte o no en este país, si se crean nuevos negocios o no, si se emprenden grandes aventuras productivas o no. Y lo anterior determina si se genera o no empleo, si aumentan las ganancias del sector productivo, si la población demanda más productos. En fin, si se estimula o no el crecimiento de la economía. Lo que sorprende es si estos cuatro o cinco personajes nacionales que dominan el debate político actual, tienen algún grado de conciencia sobre las repercusiones que tienen sus actitudes. Parecería que ya no les importa su imagen, lo mínimo que debe tratar de conservar una persona con tanto protagonismo en una sociedad. Muchos de ellos están viendo cómo se deteriora el apoyo con que contaron antes, cuando ganaban fácilmente las elecciones.
Pero el punto central es si a estos protagonistas no les preocupa la incidencia que tienen sus interminables debates destructivos sobre el comportamiento de la economía. ¿Nadie les ha dicho que están espantando a quienes con sus decisiones impulsarían el desarrollo nacional? ¿Dónde están los economistas que los rodean dentro y fuera del gobierno? Lo lógico es que estos profesionales, reconocidos en su gremio, prendan luces rojas sobre los peligros que estas peleas, llenas de odio, representan para la imagen de una sociedad que se supone salió del conflicto armado, ese sí eterno, y que debería estar buscando recuperar el tiempo perdido.
Solo queda la esperanza de que esa obvia interrelación entre el ambiente político y el comportamiento de la economía, la empiecen a entender quienes con su manera agresiva de mostrar sus diferencias están creando las condiciones para frenar la economía del país.
El mensaje claro es que, es hora de decir claramente: cuidado con la economía. Si no escuchan este consejo, después no se quejen cuando la sociedad les pase la cuenta de cobro por ignorar esta situación.