La segunda década del siglo 21 empieza con una gran preocupación que se expresa en numerosos análisis de especialistas en distintos temas, que buscan respuestas a lo más novedoso de estos tiempos: las expresiones de insatisfacción multitudinarias de la gente en muchos países del mundo que no coinciden en sus principales características.
Estudiosos de distintas disciplinas tratan de encontrar explicaciones pues si no se logra identificar la raíz de estas manifestaciones de rechazo a la forma como se gobiernan países con características distintas, es imposible encontrar los caminos para enfrentar las causas de estas expresiones llenas de reclamos a la forma como se está manejando no solo el poder político sino también el poder económico.
Muchos economistas no solo de los países en los que este malestar ha sorprendido a sus mandatarios como en el caso de Chile y de Colombia, sino premios Nobel como Joseph Stiglitz, profesores de talla internacional como Dani Rodrik, entre muchísimos otros, en columnas recientes profundizan sobre la desigualdad y los conflictos entre las políticas globales y las demandas nacionales.
Analizan cómo las políticas económicas vigentes han contribuido al profundo malestar actual e identifican la desigualdad imperante y las consecuencias de la híper globalización, como realidades ineludibles que han contribuido a muchos de los problemas actuales.
En el caso de América Latina y específicamente de Colombia, las reflexiones sobre la insatisfacción de su población se concentran sobre la evolución de los indicadores económicos.
No limitándose a la coyuntura sino desde una perspectiva histórica es evidente que para ellos que no es fácil entender el descontento generalizado de la población porque los avances sociales de la región son innegables: significativas reducciones en los niveles de pobreza, una menor desigualdad y mayores coberturas en educación y salud.
El exministro de Hacienda chileno, Andrés Velasco y su colega Luis Felipe Céspedes, hacían la pregunta frente a estos avances y las movilizaciones nacionales planteando ¿Tenía razón Karl Marx?
En esa misma tónica y probablemente con más justificaciones, los economistas colombianos parecen entender menos los paros, las protestas de los jóvenes y de esos sectores que sienten las amenazas de perder lo logrado cuando Colombia tiene la mayor tasa de crecimiento económico de América del Sur, 3,3%, frente al posible 1,2% de esta parte de la región; cuando la pobreza bajó significativamente y solo ahora en los últimos dos años se detiene su descenso, cuando las clases medias han avanzado. ¿Por qué tanta gente se queja? Esta parecería ser su pregunta formulada con desconsuelo.
El problema es que la población está sufriendo la ruptura de preconcepciones que muchos se niegan a reconocer en América Latina y aún menos en Colombia. Primero, las decisiones de política económica sí afectan el clima político y se crean inconformidades con la forma que ha tomado la democracia.
Es decir, la democracia le debe a las falencias del modelo económico muchas de sus fallas a la hora de responder por los derechos de todos los ciudadanos. Segundo, a su vez, la economía no es neutra en términos de la política, es decir no está blindada frente a las consecuencias del manejo del poder político.
Es evidente y con demasiada frecuencia que esta interrelación no se reconoce entre este gremio de profesionales. La economía que se maneja dentro de los principios de un capitalismo neoliberal y la democracia actual, están interactuando de manera que los errores en estas dos dimensiones terminan desesperando a la gente más informada, más consciente de su realidad, que además descubrió la calle como parte de la nueva forma de hacer política.
Tercero, para hacer más complejo el panorama, las consecuencias del cambio climático, que sufren en su propia piel los ciudadanos, están íntimamente ligadas a una forma de generar riqueza que ignora su consecuencia medioambiental.
En síntesis, la economía y la democracia también dejaron de ser neutras en términos del cambio climático. Esta última es tal vez la interrelación que más le cuesta entender a los economistas, especialmente a quienes desde el inmenso poder que han disfrutado, se sienten manejando lo único que según ellos importa: los indicadores económicos, el crecimiento del PIB, la inflación, los déficits.
Esta ignorancia de las profundas interrelaciones entre la democracia y el modelo capitalista vigente que ignora las consecuencias de sus fuentes de crecimiento sobre el cambio climático es lo que les impide a los economistas, especialmente a los nuestros, encontrar explicaciones satisfactorias sobre la realidad que vivimos.
Lo grave de esta incomprensión es que mientras permanezca, las soluciones no se encontrarán y seguirán refugiándose, como lo hace el actual gobierno colombiano, en los buenos números de algunos indicadores económicos, abandonando la posibilidad de encontrar la verdadera ruta para salir de una crisis que no es coyuntural, sino que tienen profundas raíces que garantizan su permanencia en el tiempo.
Una primera prueba de esta tesis se encuentra en el documento base del 50º foro de Davos en Suiza que inició ayer y termina este viernes, y que reúne a los poderosos del mundo, predominantemente hombres, cuyos debates y conclusiones conformarían la agenda mundial para este período. Lo primero que debe señalarse es el oscuro panorama mundial que se reconoce y lo segundo es que “por tercer año consecutivo, los episodios de meteorología extrema, los efectos del cambio climático y los desastres naturales son los factores que ocupan los tres primeros puestos en el mapa de riesgos”.
Claro que existen los económicos como el desempleo, la desaceleración de la economía y los riesgos geopolíticos, pero no ocupan los primeros puestos. Un mensaje contundente para los economistas que se siguen creyendo los dueños del universo.
Cecilia López Montaño
Exministra
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