La sociedad colombiana tiene una infinita capacidad de decirse mentiras y vivir en medio de ellas, para que nada justifique los grandes cambios que se requieren. No se trata de falta de información, porque datos existen y se producen regularmente en las instituciones que tienen esa responsabilidad. El problema es que no se leen, y si se conocen no se estudian de manera que puedan sacarse las conclusiones que espantarían a aquellos que creen que todos los colombianos viven en un país de ingreso medio. La tragedia es que solo una pequeña parte goza de los beneficios de una sociedad en proceso de modernización. La gran mentira es que a los deciles más bajos de la población les estamos llegando con los instrumentos que los sacarían de su vida precaria y de un futuro incierto.
Para que quede claro el panorama de la realidad colombiana, basta con mirar la situación del presupuesto de los hogares. Esos resultados de una encuesta del Dane del 2016-2017 están disponibles para todos los que los quieran conocer, pero el problema es que estos datos escalofriantes no le llaman la atención sino a unos pocos y, por ello, solo acaparan las noticias de los medios de comunicación esporádicamente. Si cerca de la mitad de las unidades de gasto en el país, compuestas por dos personas que generan ingresos en una familia promedio de tres miembros, solo desahorran todos los meses, ¿sinceramente creen que pueden ser sujetos de crédito? Claro que no, y menos si, precisamente por vivir endeudados, solo se les puede prestar con altísimas tasas de interés para protegerse del riesgo real que representan para instituciones privadas que tienen que cubrir costos y generar excedentes.
Se anuncia que próximamente se realizará un gran seminario de microfinanzas en el país, y al ver los anuncios que lo promocionan, surge la pregunta de si ese evento partirá de reconocer la precaria situación de los pobres, de los vulnerables, y aun de las clases medias colombianas. Se habla del crédito rural que otorgan, pero si se revisan las cifras el ingreso mensual promedio de los centros poblados y rural disperso, cuyos miembros se han disminuido y ya tienen también 2 perceptores de ingreso, se encuentra que en promedio reciben 800 mil pesos mensuales, mientras en las cabeceras este dato es de 2.800 mil pesos. ¿Si ese es el promedio, podrán los campesinos más pobres, ser realmente sujetos de crédito? ¿Se tienen en cuenta estas profundas diferencias? ¿No será más bien que ese microcrédito solo les llega a los pocos campesinos menos pobres?
Con estos datos básicos, es evidente que la población colombiana que realmente puede ser sujeta de crédito es aquella que, por lo menos, mensualmente gana un salario mínimo. Pero, resulta que para todo el país, esta línea deja por fuera a los deciles del 1, el más pobre que, en promedio, mensualmente recibe 36.000 pesos, el segundo 186.000, el tercer 340.000, el cuarto 506.000 y el quinto 668.000 pesos. Por ello, en este encuentro de microfinanzas es fundamental conocer qué porcentaje de microcréditos reciben los que ganan menos de un salario mínimo. Si por sus bajísimos ingresos, muchos colombianos viven endeudados, este problema pasa a ser una seria preocupación del Estado, que tiene la responsabilidad de resolver esta cuestión. Como no puede hacerlo solo y menos cuando el nivel de transferencias que le hace a los pobres y, desafortunadamente, también a los ricos, es casi inmanejable fiscalmente, es en este momento imprescindible trabajar con esas entidades que esperan llegarles a los más pobres.
La fórmula en el caso colombiano no es nada simple, cuando el grueso de la población es vulnerable (40 por ciento), es decir que está por encima de la línea de pobreza, pero viven con muy poco, como lo anota Planeación Nacional. En vez de decirse mentiras, afirmando que las microfinanzas resuelve la situación de estos cinco deciles que no pueden ser sujetos de crédito, lo obvio sería presentarle al gobierno fórmulas para que estos sectores puedan mejorar su capacidad productiva, sin que se quiebren las instituciones que los financian.
Antes de que caigan rayos y centellas es necesario reconocer el gran papel que prestan estas entidades, porque sí les ofrecen recursos a sectores que la banca tradicional ni siquiera sabe cómo manejar. Pero de allí a pensar que se atiende a la base de la pirámide de un país de ingresos promedios tan bajos, hay mucho trecho. Lo que sí es evidente es que precisamente este sector del sistema financiero, es el único que, junto con el Estado, puede ofrecer alternativas para este amplísimo sector de colombianos que aún no conoce la modernidad que otros sí disfrutan.
Para terminar, la solución no está en convertir la pobreza y la vulnerabilidad que caracteriza a 2/3 de nuestra sociedad, en una profesión que consiste en hacer filas para recibir subsidios directos como las Transferencias Condicionadas. Ojo con eso. Llegó la hora de que tanto el Estado –si de verdad quiere mejorar la distribución de ingresos de este país– como el sector de microfinanzas –que es el único socio real de la Nación en esta difícil tarea–, se muestren creativos.
Cecilia López Montaño
Exministra - Exsenadora