Dos guerras mundiales han dejado una huella inmensa entre los europeos, y a esa dura parte de su historia, que generó una gran solidaridad, se debe para muchos su reacción ante la inmensa crisis de la pandemia del Covid-19.
Cuando se daba como un hecho que Europa perdería todo lo ganado, acaban de darle al mundo un ejemplo sobre la forma de abordar el proceso de reactivación de sus economías, sin que se acabe aún este doloroso capítulo de muertes, crisis económica y mucho dolor.
Bajo el liderazgo de Angela Merkel y de Emmanuel Macron, Europa dio un paso de una trascendencia inmensa: creó el fondo de recuperación económica de 750,000 millones de euros, financiado por deuda conjunta, gran parte del cual serán subvenciones y el resto préstamos con bajos intereses a los países de su región que lo requieran.
Se afirma que este fondo representa el 5% del PIB de estos países. Fue una negociación compleja, pero salió adelante. Como dato interesante deben mencionase los criterios para la asignación de estos dos tipos de ayudas, desempleo e ingreso per cápita.
Con sana envidia los latinoamericanos observamos esta forma de abordar la salida a la crisis por parte de los europeos. Las explicaciones son inmensas, pero vale la pena pensar en donde están las grandes diferencias con nuestra región con el fin de entender si existe alguna posibilidad, guardadas las proporciones, de una reacción similar.
Lo primero que debe anotarse es que hasta ahora se identifica a América Latina como la región que está sufriendo las mayores consecuencias de la pandemia y se conocen los argumentos de sobra: nuestra desigualdad, somos la región más desigual del mundo que nace de la concentración del ingreso y de la riqueza, de nuestra precariedad en los mercados laborales y de nuestros débiles sistemas de protección social.
Estas penosas realidades y otras más se mencionan repetidamente como causas del inmenso impacto que estamos viviendo los latinoamericanos.
Obviamente, nos separan de Europa sus siglos de desarrollo, su riqueza acumulada, sus inmensas crisis y la forma como han reaccionado frente a situaciones como las guerras mundiales, especialmente la segunda.
Pero sin desconocer estas verdades, dos hechos que no tendrían por qué darse sí nos diferencian profundamente: nuestra desintegración regional frente a la unión de Europa y la profunda diferencia de liderazgo político entre las dos.
No hay en América Latina en estos momentos un presidente que pueda convocar a todos los demás superando diferencias ideológicas. Además, la pandemia acabó con lo poco que se vislumbraba de coordinación entre mandatarios con similitudes ideológicas especialmente de derecha.
Ahora, cada país de manera aislada trata de enfrentar los inmensos retos que afronta entre la salud de su población y la recesión económica, que en esta región ya se empiezan a identificar estos años como otra década perdida.
Esta realidad es terriblemente dolorosa porque las cifras que ya se empiezan a conocer sobre lo que es el presente y lo que será el futuro de la población latinoamericana sí amerita más pronto que tarde, una acción unificada, una estrategia que permita encontrar caminos comunes y lograr un frente unido para encontrar apoyos.
A diferencia de lo que esta sucediendo en Europa, América Latina no sale sola de esta crisis porque no hay entre nosotros ninguna potencia que pueda asumir el costo de resolver la profunda recesión y el deterioro social que ya se evidencia. Pero, además, hay varios elementos adicionales que exigirían buscar una posición conjunta.
Por un lado, Europa, y particularmente los países nórdicos que tanto han apoyado a América Latina, hoy son parte de la estrategia europea que les demandará ingentes recursos para sacar adelante países de su región que hoy se encuentran en situaciones difíciles.
Adicionalmente, al ser la mayoría de nuestras naciones consideradas como de renta media, no será fácil conseguir otro tipo de cooperación internacional porque los más pobres tendrán una obvia prioridad.
Para avanzar en la búsqueda de soluciones conjuntas, lo primero que debe reconocer América Latina es que se requiere empezar a visualizarse como una región y no como la suma de países individuales que no tienen elementos comunes.
Esto ha dejado de ser cierto, si alguna vez lo fue, porque nos une el impacto de una crisis que permitió aflorar las debilidades de nuestro desarrollo como región. Coincidimos en los principios generales de un modelo de desarrollo que hoy nos pasa su cuenta de cobro, por lo tanto, la solución empieza por encontrar lo que nos une y que requiere solución.
La pregunta de fondo es: dónde está el liderazgo que a partir de este punto nos permita construir la estrategia que como la de los europeos encuentre una salida común a esta demoledora crisis que nos agobia.
Cecilia López Montaño
Exministra.
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