América Latina sigue siendo la región más desigual del planeta, a pesar de que varios de sus países se han comprometido seriamente con reducir los niveles de pobreza que afectan a su población. El resultado es que no mejora la distribución de ingresos, lo que sigue siendo una realidad lamentable, y pocos se preguntan cuál es la explicación para ese resultado adverso que avergüenza a los latinoamericanos permanentemente. Una de las posibles explicaciones de esta aparente confusión radica en que cada día más se realizan estudios que analizan a los ‘pobres, pobres’, sometidos permanentemente a encuestas e investigaciones sobre su vida. Es decir, sobre su pobreza.
Pero, a su vez, no son muchos los análisis que se realizan sobre los ricos, y la explicación obvia podría ser que como la vida les es fácil, no necesitan que nadie los entienda.
Esta visión errada responde a una hipótesis falsa: solo se necesita mejorar la situación de quienes poco o nada tienen para que la sociedad sea justa, equitativa e incluyente. Como lo reconocen funcionarios honestos, que sí los hay, cuando se les da mucho a los pobres, pero se les da más a los ricos, la equidad medida por ingresos, riqueza, distribución de la tierra, se vuelve una meta mucho más lejana y compleja la gobernabilidad de esa sociedad. Por consiguiente, paralela a la investigación permanente sobre los pobres, es fundamental empezar a entender mejor qué pasa entre el Estado y los ricos. Cómo sí hay subsidios para quienes menos lo necesitan; cómo enriquece estar dentro o muy cerca del poder político. Cómo el poder económico encontró que invertir en la política se ha vuelto una actividad productiva, más rentable que sus empresas tradicionales.
Ahora tenemos un nuevo estudio sobre la pobreza en el mundo, Colombia incluida, del Banco Mundial (BM). Y las noticias son optimistas para quienes quieren ver el vaso medio lleno. Afirma este trabajo que con la línea internacional de pobreza de 1,90 dólares por persona al día, en el 2015, la pobreza cayó al 10 por ciento en la población mundial; es decir, cerca de 736 millones de personas de todo el mundo se ubican por debajo de este umbral, y en 25 años más de 1.100 millones de personas (en términos netos) habrán mejorado su nivel de vida lo suficiente como para salir de la pobreza extrema. Esta buena noticia también es para Colombia: en términos sencillos, 4 de cada 100 colombianos solo tienen un poder adquisitivo diario de un poco menos de 6.000 pesos, lo que ubica a Colombia en el puesto 70, en un escalafón de 164 países incluidos en el informe ‘Pobreza y prosperidad compartida’ (BM).
No puede negarse que este nuevo estudio sobre pobreza es, sin duda, una buena noticia para el mundo y, particularmente, para Colombia, pero no es suficiente, por varias razones. De nuevo se les está pidiendo a estos sectores que viven precariamente, es decir, personas que apenas sobreviven, que esperen que, poco a poco, no ellos, sino sus descendientes van a vivir mejor. ¿Es eso realmente un consuelo? Definitivamente sí lo es para los que ejecutan las políticas públicas que miran el éxito de sus esfuerzos, pero para el pobre que lucha a diario por comer y tener un techo, poco le significa.
Pero el otro problema muy serio es que se descuida lo que pasa con los individuos ricos. Se concentra de nuevo la atención en un problema que deberíamos haber resuelto hace muchas décadas. Si de verdad existiera el compromiso real de acabar con la desigualdad, ya tendríamos la sociedad llena de personas de clase media. El problema no es que existan personas con mucha riqueza, el problema es que deberían contribuir más para que el Estado de todos y cada uno de los países pudiera responder a su compromiso de velar por quienes no solo no son privilegiados, sino que no alcanzan a tener una vida digna.
Cuando se analice la riqueza, cómo se obtiene y su relación con las políticas públicas y su contubernio con el gran poder político, se encontrarán vías para que, sin acabar con sus bienes, sí se pueda lograr que el Estado se concentre en lo que debería ser su prioridad: lograr sociedades equitativas, solidarias, justas. ¿Esto será mucho pedir? Qué tal una Colombia con 80 por ciento de su población como verdadera clase media, no vulnerable señora directora de Prosperidad Social. Con menos de 10 por ciento de pobres, y bueno, en ese caso 10 por ciento de ricos ¿no sería esta una sociedad distinta? Entre otras bondades estaría el acabar con la odiosa estratificación en nuestras ciudades, que impide que todos los colombianos nos encontremos en algunos lugares, por lo menos algunas veces.
Cecilia López Montaño
Exministra - Exsenadora