El 21 de noviembre de 2019 pasaron muchas cosas y en la madrugada del 22 he decido organizar la información que tengo, que como dice Serrat, es “siempre limitada y siempre muy particular”, así como mis reflexiones sobre los hechos y sus significados.
Cuatro cosas significativas pasaron, una gran movilización de ciudadanos desde la mañana hacia las 4 de la tarde, terribles actos vandálicos en varias ciudades, al final de la tarde y durante la noche; un cacerolazo espontáneo, principalmente en Bogotá, que inició hacia las 7 p.m. y duró cerca de dos horas y una alocución presidencial a las 10 de la noche.
Las marchas, convocadas por una multitud de actores, se dieron en más de 300 municipios. Miles de ciudadanos salieron a las calles a manifestar sus diversas razones de descontento. Hubo música, yoga, consignas, expresiones espontáneas en contra de encapuchados y un manejo adecuado de parte de la fuerza pública.
Esto es notorio porque durante las semanas anteriores el Gobierno construyó una narrativa de miedo a las protestas y se dieron allanamientos “preventivos” a medios alternativos y colectivos culturales.
Las marchas salieron bien, fueron alegres y pacíficas. Los actos de vandalismo fueron terribles y asustadores, las imágenes de lo sucedido en Cali, en Facatativá, en Suba, la Plaza de Bolívar en Bogotá y en otros lugares del país mostraron la barbarie de grupos de personas que deben ser detenidos, judicializados y condenados con todo el rigor de la ley. Es muy triste ver lo sucedido con bienes públicos y privados, y el susto y la impotencia de la ciudadanía frente a estos hechos.
Los actos vandálicos son terribles y muestran la peor cara de nuestra sociedad.
El cacerolazo fue maravilloso. En mis 50 años de vida no había visto ni participado de una forma de protesta de semejante nivel de espontaneidad y magnitud. Había visto en la televisión el sucedido en Caracas hace ya más de 20 años, así como en otros países.
Personas en todos los rincones de la ciudad salieron a sus ventanas y a las calles cercanas a decir que las cosas no están bien y manifestar de una forma civilizada sus descontentos. El cacerolazo fue inspirador y me embargó de esperanza y solidaridad.
Luego vino la intervención del Presidente, me pareció necesaria y reconozco que distinguió entre las marchas y los actos vandálicos. Por primera ocasión, en varias semanas, aceptó que los segundos no son consecuencia de las primeras. No obstante, su tono, en mi opinión, fue equivocado. Sigo sin entender porque tenía que parecer gritando para demostrar autoridad. La fuerza tranquila y controlada siempre es una mejor forma de mostrar liderazgo y fortaleza.
De lo dicho por el Presidente, me preocupa su diagnostico implícito: la gente protesta por problemas que envejecieron mal, estamos haciendo bien las cosas, escuchamos pero continuaremos trabajando en las mismas líneas.
No, señor Presidente, creo que su diagnóstico está mal. Su Gobierno tiene serios problemas, más allá de fallas de comunicación. Los ciudadanos le están tratando de decir eso, en las calles, en las encuestas, en las redes sociales. La alocución fue una oportunidad perdida, insulsa y posiblemente contraproducente.
César Caballero Reinoso
Director de Cifras y Conceptos
ccaballero@cifrasyconceptos.com