Desde el 2018 inicié un doctorado en la Universidad Javeriana, en Bogotá. Un reto donde he avanzado, pero ha implicado enormes esfuerzos y sacrificios, aunque la verdad lo estoy disfrutando. El pasado viernes cumplí otro requisito, un examen comprehensivo para dar cuenta de mi evolución en el doctorado y de cómo las muchas lecturas, discusiones y escritos han modificado mi forma de ver mi objeto de investigación.
Es una carrera de fondo, como las maratones que tan bien describe Murakami. Tiene varias etapas o metas intermedias: los cursos obligatorios, los opcionales, unas evaluaciones del texto escrito en algo que la universidad llama Coloquio 1 y 2, donde debo someter mi proyecto a lectores externos. Todo esto ya lo aprobé. Me quedan faltando una estancia de cuatro meses en una universidad nacional o extranjera y la escritura de mi tesis, su evaluación y aprobación.
Esta fase la he completado en medio del confinamiento intentando balancear mi rol de papá, esposo, empresario, estudiante y ‘opinador público’. Es difícil y no siempre es divertido, hay momentos de mucha frustración y angustia. En varios me he preguntado: ¿por qué diablos me metí en esto? En otros he tenido el deseo de abandonar con la reflexión racional de reconcentrar mis energías en lo urgente del día a día.
Toco esto personal para introducir varias reflexiones públicas. La primera es un llamado a no denominar ‘doctor’ a quien no lo sea y no haya trabajado para hacerlo. Hay mucha gente, menos de los que el país necesita, que son doctores de verdad y se merecen ser llamados así. Desafortunadamente hay figuras públicas que mienten descaradamente sobre sus títulos creyendo que sus privilegios económicos o de poder son una patente de corzo para inventárselos y pasar impunemente igualándose a quienes sí hacen dicho esfuerzo por lograrlos. Afortunadamente hay prensa libre e independiente que los desenmascara.
La segunda reflexión es el balance entre lo urgente y lo importante. Las metas de mediano y largo plazo son usualmente las claves, pero casi siempre las olvidamos y dejamos a un lado ante las urgencias. Hoy la liquidez de la economía, la sobrevivencia de las empresas y la salud se han convertido en lo urgente, pero quienes tenemos la fortuna de sobreaguar en mejores condiciones esta crisis debemos hacer un esfuerzo por no abandonar las metas de mediano plazo. Ojalá una correcta combinación de ello nos permita construir una mejor normalidad. No volver a la anterior, ya aterradora para millones de personas, sino a una distinta, donde la empatía sea generalizada y construyamos un país más equitativo, justo y productivo.
La tercera es la necesidad de la autocrítica, del valor de quienes piensan y son diferentes a nosotros, en especial quienes tenemos responsabilidad de dirección. Cuidarnos de los aduladores que todo lo aplauden y escuchar a quienes nos señalan los errores o piensan distinto. Es posible que no siempre tengan la razón, pero sí son señales que nos evitarían perdernos en esta maratón que es nuestra vida. Al final quiero ser como el buen Murakami y que de mi digan: “Nunca abandonó”.