El presidente está desarrollando un gobierno pro empresarial. En su gabinete ha nombrado al menos 5 dirigentes gremiales además de otros cargos que claramente también los representan. Asiste a muchos eventos del sector, se le ve inaugurando tiendas de moda y estaciones de gasolina. Su mayor logro en el congreso es una reforma tributaria con un claro énfasis a favor de ellos.
A cambio ha recibido su apoyo casi incondicional. Hoy su primera línea de defensa en los debates públicos son los dirigentes gremiales, casi con el mismo fervor que los miembros de su partido. El Presidente disfruta los espacios empresariales, allí llenan de aplausos y alabanzas a las intenciones de su gobierno, y así se ha construido una alianza feliz del gobierno con un sector muy importante del país y de la opinión pública.
Pero no todo es color de rosa, y esta relación puede terminar no siendo ni feliz ni productiva. Para comenzar, es bueno que el Presidente gobierne con y para los empresarios, pero no solo eso. Ellos representan una parte importante del país, pero no la única y el gobierno debe ser incluyente con los intereses sociales.
Segundo, los empresarios no son un grupo homogéneo y sus intereses en ocasiones son divergentes. Lo vimos la semana anterior cuando un gremio celebraba una sentencia judicial declarando una parte del Plan de Desarrollo como inconstitucional, mientras que otros sectores empresariales la señalaban de inconveniente. La agenda del gobierno parece concentrada en cumplir las demandas sectoriales y especificas de cada uno de ellos.
Luego viene el tema de pasar de las intenciones y promesas a los cumplimientos y los hechos. Para nadie es un secreto que este gobierno ha sido lento. Ya algunos empresarios se quejan de haber escuchado en 5 o 6 ocasiones el mismo discurso del primer mandatario, con las mismas promesas, seguidas de los mismos aplausos y aún hoy no se ha iniciado el piloto del fracking, no se ha firmado el decreto para la producción legal de marihuana, y las necesarias reformas pensional y laboral, aún siguen en discusión de ideas.
Finalmente, viene el desgaste del Presidente frente a la opinión pública y el rechazo que muchas de sus políticas tienen frente a amplios sectores de la ciudadanía. Hoy la imagen del Presidente y los empresarios parecen atadas en el imaginario de la sociedad. Así, los apoyos incondicionales a un gobierno cuya gestión no va bien pueden terminar pasándole una cuenta de cobro a la imagen y reputación del sector empresarial.
Es posible apoyar al gobierno manteniendo una distancia que no convierta a los voceros empresariales en simples áulicos del poder. Son una voz que se escucha y por ello deberían actuar con responsabilidad y señalarle al Presidente sus fallas, y no e funcionar como aparato de aplausos.
En el pasado, varios dirigentes gremiales han mostrado la utilidad de ser contrapeso a malas iniciativas del Ejecutivo, sin que ello los convierta en opositores del Presidente. Es bueno que lo quieran, que se sientan representados y apoyen las iniciativas que los beneficie, pero es clave hablarle con la verdad, ser críticos y reservar los aplausos para sus logros, cuando los haya.
César Caballero
Director de Cifras y Conceptos.
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