He sido testigo, en varias ocasiones, de la forma imprudente, temeraria e irresponsable como grupos de motociclistas con vehículos de alto cilindraje usan estas dos vías como pistas de carrera.
Conducen motos de alta gama, se hacen acompañar de damas llamativas, disfrutan el sonido estrambótico e intimidante de sus aparatos, y van por la vía pública como su territorio privado. Realizan peripecias acrobáticas, adelantan por la izquierda, compiten entre sí, violando todos los límites de velocidad.
Con los ruidos de las motos y la seguridad que les da actuar en grupos, intimidan a los demás conductores que usan la vía.
Hablé con agentes de tránsito, taxistas y comerciantes en ambas vías. Las respuestas fueron similares y se pueden resumir así:
Son personas de altos ingresos, gerentes de empresas, en el caso de La Vega, o hijos de familias poderosas, en la Avenida de Las Palmas, a quienes no les importa mucho pagar la multa.
Ellos se creen por encima de la ley, y cuando se intenta ejercer algún control, usan sus contactos para intimidar. Solo quieren ser visibles y tener la atención de las autoridades.
Cuando se accidentan, y allí sí, todos sus influyentes contactos solicitan la mayor celeridad. Por lo demás, identifican los puestos de control y al pasar por ellos se burlan de los agentes. Es como si nadie pudiera hacer nada frente a ellos.
Como tenemos una absurda ley que exime a las motos del pago de los peajes, estos grupos se señorean por la vía y ni si quiera comparten el costo de su mantenimiento.
Se trata de personas con altos ingresos que tienen todo el derecho a divertirse, pero no a poner en riesgo la vida de otras personas ni a utilizar una vía pública como si fuera su propia pista de carreras.
Quiero llamar la atención del Director de la Policía, la Ministra de Transporte, los gobernadores y alcaldes respectivos, para apoyar, de forma decidida, la labor de los agentes de tránsito y de estructurar verdaderos controles a estas abusivas e irresponsables actuaciones.
Estos motociclistas, al actuar como una manada que circula a grandes velocidades, aumentan su nivel individual de irresponsabilidad, y por ello deben ser controlados y conminados a buscar espacios privados y vigilados, donde puedan disfrutar su actividad y dejen de ser un peligro más en nuestras carreteras.
Al escribir esta columna pensé en titularla Rápidos y furiosos, pero a pesar de las similitudes con la película, no puedo afirmar que también sean traquetos, negociantes de armas, mafiosos o proxenetas, aunque, claro, se comportan como si lo fueran.
César Caballero Reinoso
Director de Cifras y Conceptos