Con la caída de los precios del petróleo, el mundo se enfrenta a una coyuntura que representa un reto para muchos países, pero que, al mismo tiempo, se convierte en una oportunidad para fortalecer e impulsar otras industrias y darle un giro a los modelos productivos.
En Colombia, tras gozar durante muchos años de la bonanza petrolera, las alertas están prendidas. Representantes de la industria y analistas han llamado la atención sobre los impactos que esta situación implicará para los ingresos de la nación y las finanzas públicas. Pero este no será el único golpe, las regiones petroleras podrán sufrir un fuerte remezón en su desarrollo económico y social.
Precisamente por esa razón, considero pertinente evaluar qué tan estratégicamente estamos aprovechando regiones como la Orinoquia, zona que, además de ser muy productiva para la industria petrolera, representa un gran potencial para otras industrias como la agroindustria. Esta región, si se desarrolla de una manera sostenible, tiene todo el potencial de garantizar a Colombia el total abastecimiento alimenticio. Ya la FAO, entre otros, ha mostrado preocupación sobre la insuficiencia alimentaria en el mundo. No hay mayor seguridad nacional y mejor apuesta para la competitividad que invertir en el agro y la seguridad alimentaria del país.
Hoy, la región se encuentra ante un panorama económico y social preocupante. Por un lado, los bajos precios del crudo, situación que no pareciera corregirse pronto, afectan a la industria petrolera, la cual, solo para mencionar algunas cifras, genera cerca de 20 mil empleos y aporta el 67,7 por ciento al Producto Interno Bruto (PIB) de la Orinoquia.
Por otro lado, el desarrollo de la agroindustria, que ha logrado generar cerca de 2.000 empleos y aportar 9,3 por ciento al PIB de la región, se encuentra paralizado, debido a la incertidumbre jurídica derivada de equivocadas interpretaciones de la Ley 160 de 1994.
El llamado es para que el Gobierno Nacional muestre una verdadera voluntad política de desarrollar nuestra región. Necesitamos que retorne la seguridad jurídica sobre la propiedad de la tierra, que los proyectos presentes retomen su ritmo, realicen las inversiones presupuestadas y que les demos la señal a los actuales y nuevos inversionistas, que cuentan con reglas de juego claras. De lo contrario, invertirán en otros países. Esto no es cuestión de ideologías, sino de supervivencia. Nicaragua, por ejemplo, está en un agresivo plan de atracción de inversión internacional para el desarrollo del agro. Quizá, tenemos mucho que aprenderle al presidente Ortega.
Lo que se veía como un gran futuro, sustentado por millonarias inversiones que se traducirían en generación de empleo formal, mejora de la infraestructura, producción de alimentos y energías alternativas, bienestar para las comunidades en una región históricamente olvidada, hoy está truncado. Los colombianos estamos perdiendo una oportunidad de oro de diversificar los sectores de producción, reducir la dependencia energético-petrolera y, por lo tanto, estar más preparados para situaciones como las que el mundo hoy enfrenta.
Clara L. Serrano Castillo
Directora de la Asociación Empresarial para el Desarrollo de la Orinoquia