No han dejado de sentirse las réplicas en los países emergentes, tras el terremoto que causó la semana pasada la determinación de una firma calificadora de riesgo de rebajarles la nota a los bonos públicos de Brasil. La pérdida de lo que se conoce como el grado de inversión afecta todavía más el desempeño del gigante suramericano, que es una de las diez economías más grandes del mundo. Las consecuencias vistas se resumen en un costo mayor a la hora de endeudarse, no solo para el Gobierno, sino para las empresas.
Otras naciones en desarrollo observan con atención los acontecimientos. El motivo es que el deterioro en la percepción sobre la situación brasileña puede ser el inicio de un contagio que caería mal en muchas latitudes. En el peor escenario, habría una salida de capitales que superaría con creces la que se ha visto, lo que se sentiría en las tasas de cambio y el crecimiento futuro. Es verdad que, en general, se han hechos mejor los preparativos para enfrentar la tormenta, pero no hay duda de que por lo menos la turbulencia va a aumentar.
Por tal motivo, el desafío de cada uno es demostrar que la casa está en orden. La razón es que la primera pregunta que se plantea es ¿quién es el siguiente? En respuesta, los analistas señalan a Rusia, Turquía y Suráfrica como los que tienen la mayor opción de ser degradados, pues tanto la baja en los precios de las materias primas como su propia realidad interna se combinan para que tengan un pronóstico reservado.
En América Latina hay dos grupos distintos. De un lado están los países con problemas serios como Venezuela y Argentina, que en todo caso tienen un acceso muy limitado al crédito internacional. Los márgenes de riesgo de la deuda de ambos son enormes, pues reflejan la baja probabilidad de que sean capaces de pagar sus acreencias a tiempo.
La otra categoría la integran emisores que han hecho las cosas bien, lo cual les llevó a recibir calificaciones más altas en el pasado reciente. En ese grupo se encuentran Chile, México, Perú y Colombia, los socios de la Alianza del Pacífico, que son considerados como los de mayor fortaleza relativa, incluso en estos tiempos.
Sin embargo, la buena fama alcanzada no basta. Ahora los estándares aplicados se han vuelto más estrictos, pues es indudable que el fin de la bonanza de los productos básicos deja al descubierto debilidades que antes no se veían o parecían manejables.
En lo que atañe a la economía colombiana, varios observadores han señalado sus inquietudes. Estas tienen que ver con una brecha considerable en sus cuentas externas, que supera los límites de lo aconsejable. Al mismo tiempo, la descolgada en la cotización del petróleo tiene un impacto indudable sobre las cuentas públicas, que deben ajustarse a la nueva realidad.
Al respecto, el Ministerio de Hacienda sostiene que la situación está bajo control. Para comenzar, el cinturón se viene apretando desde el año pasado, como lo comprueban dos importantes recortes de gastos, uno en diciembre y el otro en febrero. Adicionalmente, el presupuesto del 2016 implica un bajón importante que equivale a un punto porcentual del Producto Interno Bruto. El mensaje central es que se ha asimilado el golpe de que la renta petrolera haya pasado del 20 al 2,5 por ciento de los ingresos corrientes de la nación.
No menos importante es el compromiso con la regla fiscal, que es la que le da la credibilidad a los propósitos de hacer lo que sea necesario para que el saldo en rojo en las cuentas estatales no salte demasiado. Aun así, más de uno quiere escuchar que, si es del caso, se buscarán más recursos o se bajarán gastos, que es como se cuadran las cuentas. Debido a ello, el Gobierno necesita hacerse oír más, sobre todo afuera. El reto es demostrar que así el vecindario se haya deteriorado, nuestra casa no tiene problemas de fachada, ni mucho menos de cimientos. Hay que ser y parecer.
Ricardo Ávila Pinto
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