El de ayer fue otro día malo para las bolsas de valores de mayor tamaño en el mundo. El sacudón se sintió especialmente en Europa, donde las acciones se desplomaron más de 4 por ciento en plazas como Milán y Madrid. En general, el sentimiento es de preocupación por la marcha de la economía global, y la incertidumbre reinante ha hecho que el oro –que es uno de los refugios preferidos de los inversionistas– suba de precio.
Si bien es cierto que las oleadas de pesimismo no son nuevas en el mercado, en la presente oportunidad hay un elemento que debe ser tenido en cuenta. A medida que avanza el calendario, van en aumento las preocupaciones en torno a la salud de los bancos, que son emblema del capitalismo occidental. El valor de los del Viejo Continente ha caído en 25 por ciento en lo que va del año, mientras que de este lado del Atlántico instituciones como Bank of America y Citibank pierden 27 por ciento.
El campanazo de alerta resuena en todas las latitudes, y con razón. Nadie olvida que la contracción del Producto Interno Bruto del planeta en el 2009 estuvo directamente relacionada con los líos que experimentó el sector financiero. A pesar de que los expertos señalan que las circunstancias ahora son muy diferentes, vale la pena entender la causa de la alarma.
Un primer factor tiene que ver con las eventuales pérdidas asociadas al bajo precio del petróleo. Debido a que el exceso de oferta de crudo se mantiene, no hay esperanza de repunte en los hidrocarburos, por lo menos en el corto plazo. Cada día son más los reportes de compañías del sector en problemas, las mismas que pueden tener complicaciones para atender a tiempo sus acreencias.
Nadie sabe a ciencia cierta cuánto dinero hay comprometido en este segmento, pero la probabilidad de que sea obligatoria castigar parte de la cartera de préstamos es cada vez mayor. Además, no se pueden descontar los efectos colaterales de la situación, pues miles de personas han perdido sus empleos y tienen dificultades para atender sus obligaciones.
A lo anterior hay que agregar la percepción negativa sobre instituciones con nombre propio. En Italia empiezan a aflorar los mismos inconvenientes que enfrentó España en el 2012, pues el gobierno de Mateo Renzi se ha tomado más tiempo del esperado para constituir una entidad que recibiría los activos de mala calidad del sector, lo cual serviría para limpiar los balances de las entidades de crédito. Más preocupante quizás es lo que le pasa al conocido Deutsche Bank, toda una nave insignia del poderío germano, cuya solidez es objeto de múltiples especulaciones.
Los interrogantes se combinan con la impresión de que el negocio no va muy bien. Uno de los motivos es que las tasas de interés se mantienen bajas en las naciones industrializadas, lo cual hace que el margen de intermediación entre lo que cuestan los recursos y lo que se cobra por ellos sea bajo.
Ante el nerviosismo, no faltan los llamados a la calma. Para comenzar, la mayoría de los bancos cuestionados mantiene buenos indicadores y registra utilidades. Y si bien es cierto que la economía mundial no anda a un ritmo ideal, también lo es que los escenarios cataclísmicos de hace unos años han quedado atrás.
Sin embargo, no hay que descontar el sentimiento pesimista que se expresa en las bolsas y cuyos efectos igualmente se sentirán en América Latina. Más allá de las realidades nacionales, en las que se ven sistemas financieros sanos y otros en problemas, la aversión al riesgo debería ir en aumento. Eso quiere decir que las barreras para conseguir préstamos o mantener abiertas las líneas de crédito serán más elevadas que antes y, probablemente, más costosas, lo cual hará que la intensidad de los vientos que tenemos en contra sea todavía más fuerte ahora. Y eso no es una buena noticia.
Editorial
Una alerta que se enciende
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Ricardo Ávila
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