Que el comportamiento reciente de la economía de América Latina y el Caribe dista de ser satisfactorio, es algo ampliamente conocido. En el 2016, la región experimentará su segundo año consecutivo de crecimiento en rojo, algo que no le ocurría desde el estallido de la llamada crisis de la deuda, hace más de tres décadas.
Sin embargo, a diferencia de ese entonces, las alarmas más intensas no han sonado. Tal como quedó claro durante la Asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo, que tuvo lugar en las Bahamas durante el fin de semana pasado, la mayoría de países del área son vistos todavía como sitios interesantes en dónde hacer negocios, sin que se hayan afectado radicalmente los flujos de crédito o inversión.
El motivo es que la realidad dista de ser homogénea. Y es que, junto a la contracción de Brasil, cuyo Producto Interno Bruto podría reducirse en casi 4 por ciento este año, hay múltiples ejemplos de que las cosas van bien. De las 26 naciones de esta parte del mundo que son socias del BID, una cuarta parte debería expandirse a tasas superiores al 3,5 por ciento en el 2016, mientras que otro grupo importante logra sobreaguar.
Aparte del gigante suramericano, el otro gran problema es Venezuela, cuya economía sigue en barrena y que experimenta, además, uno de los ritmos inflacionarios más acelerados del mundo. Ecuador tampoco pinta bien, pues las cuentas no dan para sostener la dolarización, lo cual la obligaría a retornar a una moneda nacional tarde o temprano. Aun así, los vecinos mencionados se encuentran fuera de los circuitos financieros globales desde hace rato, por lo cual el impacto de que tengan problemas para cumplir con sus obligaciones sería limitado.
Al mismo tiempo, no todo son malas noticias. Argentina ha vuelto a estar de moda, de mano de las reformas adelantadas por el gobierno de Mauricio Macri. En términos prácticos, eso quiere decir que al regularizar su situación con los tenedores de sus bonos, podrá volver a endeudarse, lo cual entusiasma a muchos banqueros privados.
Y en el entretanto, México, Chile, Perú y Colombia son todavía atractivos. No hay duda de que el desplome en los precios de las materias primas se siente sobre la cantidad de los recursos que reciben las actividades de petróleo y minería, pero en otros renglones el interés no ha desaparecido, como tampoco el acceso a fuentes de financiamiento globales.
Debido a ello, el sentido de urgencia es relativamente menor. Aquellos que están en problemas, se encuentran identificados, mientras que los demás parecen tener la situación bajo control e incluso son vistos positivamente.
Sin embargo, ese parte no quiere decir que haya que cruzarse de brazos. Un reporte del BID, dado a conocer el domingo, muestra que latinoamericanos y caribeños se enfrentan a un viento en contra, debido a un contexto mundial adverso, a una reducción en las cotizaciones de las materias primas que exporta, a un envejecimiento gradual de la población y una situación fiscal que se deteriora.
Por cuenta de ese panorama, es obligatorio tomar cartas en al asunto. De lo contrario, será muy difícil superar las proyecciones de crecimiento que hablan de un tímido 1,7 por ciento anual en promedio hasta el 2020, muy por debajo de los parámetros históricos.
En consecuencia, no hay más remedio que arreglar las cuentas públicas. Cuando sean obligatorios los recortes, el consejo del Banco es que la tijera sea sobre el gasto de funcionamiento y no en el de inversión. Además, hay que meterle vapor a la locomotora de la infraestructura, que sigue siendo un gran cuello de botella.
Poner en marcha esos remedios no es fácil, en absoluto. Las condiciones políticas en la mayoría de los países son complejas, pero seguir como vamos sería indeseable. Colombia, que se comprometió con una reforma tributaria para mantener su casa en orden, y que está destinándole inmensos recursos a la construcción de vías, parece estar bien encaminada. Lo que le falta es cerrar el círculo.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
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Editorial
No cruzarse de brazos
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