El sábado pasado, tras dos semanas de negociaciones, los delegados de 197 países del mundo firmaron en la COP26 el Pacto de Glasgow. Este acuerdo climático internacional, si bien no constituye una avenida expedita al objetivo urgente de los 1,5 grados centígrados, mantiene abierta la puerta para mantener al planeta en algún tipo de ruta que enfrente los ya evidentes impactos del calentamiento global.
Ante las alertas ambientales disparadas en años recientes y sostenidas en serias investigaciones, la mirada a los logros de esta cumbre de la ONU sería decepcionante. Los compromisos nacionales de reducción de emisiones y gases efecto invernadero, en especial los de los países ricos y más contaminantes, siguen sin contribuir lo suficiente para que las temperaturas no alcancen los peligrosos niveles que se vienen advirtiendo.
Por ejemplo, las estimaciones calculan que, de cumplir los países esas promesas, el calentamiento sería de 2,4 grados. Aunque se extendió el plazo hasta finales del 2022 para que las naciones endurezcan sus compromisos climáticos, no hay motivos para pensar que en poco más de un año se conseguirá el giro drástico que no se obtuvo en los cinco años desde el Acuerdo de París.
En el ámbito de la financiación de la transición climática de los países ricos a los países emergentes, los resultados no fueron satisfactorios. Aún no están listos los recursos de 100 mil millones de dólares al año para ayudar a las naciones pobres a mitigar las consecuencias del calentamiento y para costear el “sacrificio” en actividad de las economías en desarrollo que implica asumir políticas públicas más ‘verdes’ y reducir las contribuciones. Incluso esos dineros podrían destinarse a financiar las necesarias transiciones energéticas de las economías emergentes.
Debajo de este “fracaso” de endurecer estas reducciones y así mantener la meta de los 1,5 grados, se esconden algunos logros parciales. Uno de ellos compete al futuro del carbón y de los combustibles fósiles. La COP26 introduce por primera vez la necesidad de acabar con los subsidios “ineficientes” a los combustibles fósiles y la adopción paulatina de medidas que acaben con el carbón. Si bien China e India bloquearon un acuerdo más drástico, el pacto de Glasgow abre la vía para esa realidad de la descarbonización.
Otros avances incluyen acuerdos parciales -no de todos los 197 países presentes en la cumbre- alrededor de agendas cruciales como la reducción de la producción del carbón -sin el apoyo de los grandes consumidores-, la deforestación- con la participación de Colombia, disminución de las emisiones de metano, la adopción de medidas ‘verdes’ para la industria financiera -que competen a financiación de combustibles fósiles-, entre otros. La cita en Escocia también hizo visible que los gobiernos no son los únicos actores dentro de esta agenda y ciudadanos activistas y empresas privadas son asimismo protagonistas y participantes.
No obstante, sin esa meta general global y vinculante, la COP26 no resolvió los problemas de obligatoriedad, compromiso, financiación, monitoreo y rendición de cuentas con los que la agenda climática global llegó a Glasgow. Desde el punto de vista de Colombia, la cumbre climática se convirtió en un espacio para ratificar desde el Gobierno Nacional los compromisos ya anunciados de reducción de emisiones y otros alrededor de áreas protegidas, protección marítima, lucha contra la deforestación, vehículos eléctricos, entre otros. Tras la participación en la COP26, le queda el reto al Ministerio de Ambiente y demás entidades gubernamentales un arranque dinámico, en los últimos meses de gestión que les quedan, para implementar todo ese abanico de compromisos, promesas y anuncios.
FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
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