Atípico. Tal vez ese es el calificativo más apropiado para describir el 2014, que está a pocos días de terminar. Y es que en contra de los años precedentes, en los cuales hubo cierta estabilidad dentro de un comportamiento mediocre, el actual simboliza aquello que ciertas personas describen como un cambio de era.
Las razones son varias. Sin duda, la principal es la reactivación de Estados Unidos, cuya buena salud no deja dudas y que se expresa en un desempleo bien por debajo del 6 por ciento y una tasa de crecimiento vigorosa. Por cuenta de esa realidad, el Banco de la Reserva Federal de ese país, terminó su política de inyectarle liquidez al sistema financiero, lo cual ocasionó variaciones significativas en tasas de cambio y flujos de capitales.
Mientras eso sucedía, Japón entró nuevamente en recesión, Europa siguió estancada y China se desaceleró. La escasa dinámica de estas tres regiones se sintió sobre la demanda de bienes primarios, con la notoria excepción del café cuyos precios subieron por la caída en la cosecha de Brasil y las dificultades de otros productores.
Para completar el panorama, la oferta de petróleo empezó a superar al consumo en más de dos millones de barriles diarios. La reactivación de las ventas de Libia e Irak se sumó al auge estadounidense, atribuible a la explotación de hidrocarburos mediante el técnicas no convencionales.
Por cuenta de esa revolución, el coloso del norte bombea nueve millones de barriles diarios, 80 por ciento más que hace cinco años.
Semejante desequilibrio golpeó las cotizaciones del crudo. La variedad Brent, que a mediados de junio había superado los 110 dólares por barril, bajó casi hasta la mitad, seis meses después. La apertura de un panorama diferente ha generado una inmensa volatilidad, sin que todavía esté claro cuándo va a retornar la calma.
Curiosamente, ambos eventos –el de una menor liquidez y el de una mayor oferta petrolera– habían sido anunciados por los expertos.
Así, es imposible afirmar que los bruscos movimientos que se vieron recientemente fueron sorpresivos. Pero tal como es usual en la naturaleza humana, ciertas advertencias tienden a olvidarse, hasta que de un día a otro se vuelven realidad.
Colombia no salió indemne de los altibajos. En un periodo relativamente corto, la moneda nacional, que había sido la más revaluada de América Latina, pasó a ser la que más se depreció, sin considerar los casos especiales de Venezuela y Argentina. La descolgada en el valor de los combustibles explicó, en buena parte, esos movimientos y abrió grandes interrogantes hacia el futuro, por cuenta de que el petróleo representa el 55 por ciento de las exportaciones y una quinta parte de los ingresos fiscales.
Si bien en lo que atañe a las finanzas públicas el verdadero impacto se sentirá en el 2016, es indudable que la sensación de relativa holgura que existía, desapareció por completo. Ahora entramos en un periodo de austeridad, pues existe la impresión que ni siquiera los 12,5 billones de pesos que debería proveer la reforma tributaria aprobada por el Congreso, serán suficientes.
Mientras esa incógnita se resuelve, hay que reconocer que la economía colombiana termina el año como una de las de mayor crecimiento en la región. Los datos del tercer trimestre hacen pensar que el alza del PIB en el 2014 será cercana al 4,7 por ciento del que han hablado los analistas, una cifra muy superior al 1 por ciento previsto para el conjunto de América Latina.
El motivo principal de esa diferencia es que la construcción es nuestro sector líder y su comportamiento es bueno. En la medida en que los proyectos relacionados con las edificaciones o la infraestructura sigan su marcha deberíamos ser capaces de remontar las aguas turbulentas. Pero necesitamos estar alertas ante semejante desafío, porque el clima se ha oscurecido. Y al que se duerma, se lo lleva la corriente.