Mientras en Washington el presidente Donald Trump continúa negándose a aceptar la derrota en las urnas, el resto del mundo ya está discutiendo los cambios y las oportunidades que se avecinan con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca.
En materia política y diplomática, la entrante administración demócrata reflejará un drástico giro tanto en un tono menos confrontacional, como en una postura más favorable al multilateralismo. La sola transición de la impredecibilidad de Trump a un ambiente de respeto a las reglas del juego de la diplomacia bajo Biden será una ganancia para la comunidad internacional y sus instituciones.
Colombia no es la excepción en el balance de los cambios y las continuidades que traerá el regreso de los demócratas al control de Washington.
Si bien es poco probable que la entrante administración Biden modifique el peso de la lucha antidrogas de la agenda bilateral, sí son probables nuevas orientaciones dentro de la misma, por ejemplo, hacia el desarrollo rural y de cultivos alternativos o el fortalecimiento de las instituciones de Justicia transicional.
De hecho, se espera que la política exterior de Estados Unidos hacia la implementación del Acuerdo de Paz asimismo modifique sus énfasis. Al fin y al cabo, la administración Obama, de la que Biden fue su segundo a bordo, apoyó los diálogos de paz con las Farc y luego el desarrollo inicial de los puntos del Acuerdo.
Paz, lucha contra las drogas, Venezuela y una mayor atención a la agenda de protección de Derechos Humanos se perfilan como las líneas de fractura que diferenciarán la agenda de Washington hacia Bogotá entre los años de Trump y la nueva era demócrata.
Fracturas que afortunadamente no se ven desde el punto económico y comercial ya que Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de Colombia. El año pasado la economía nacional envió al pais del Norte unos 8,8 mil millones de dólares, alrededor del 30 por ciento del total de las ventas externas. En 2019 la inversión de origen estadounidense llegó a los 2.611 millones de dólares, el 18,6 por ciento del total.
En otras palabras, desde el punto de vista comercial y económico lo más deseable es que no haya cambios drásticos en la agenda comercial entre Estados Unidos y Colombia.
De hecho, lo más probable es esta estabilidad, marcada por el Tratado de Libre Comercio (TLC) que entró en vigencia en 2012, se mantenga. Esto no es necesariamente una noticia totalmente positiva ya que existen muchos aspectos por mejorar en la agenda comercial con EEUU.
Por ejemplo el conocimiento del presidente electo Biden de América Latina y de Colombia en particular podría convertirse en un activo que la diplomacia de Bogotá podría aprovechar en conexión con la agenda de energías renovables y cambio climático.
Asimismo, Washington con su nuevo énfasis en el multilateralismo podría buscar un acercamiento mayor a los países latinoamericanos ante el crecimiento de la influencia de China en la región. Lo anterior, en combinación con la agenda de relocalización o “nearshoring”, le da al Gobierno Nacional poderosos argumentos para atraer inversión norteamericana al territorio nacional.
El fortalecimiento de esta política desde el Ministerio de Comercio debe sintonizarse desde ya con la Cancillería y la embajada en Washington. La meta sería no solo reforzar los atractivos indiscutibles de Colombia para la inversión y el establecimiento de fábricas y de servicios, sino también buscar traducir la condición de aliado político clave en punta de lanza comercial y exportadora.
Pero lo primero es blindar los temas comerciales y económicos de los inevitables ajustes y cambios de la agenda bilateral en materia política. La reactivación económica es prioridad.
Francisco Miranda Hamburger
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