Los medios anglosajones han bautizado ‘Big Tech’ al conjunto de las cinco compañías más poderosas del sector tecnológico: Alphabet (matriz de Google), Amazon, Facebook, Apple y Microsoft.
Por varios años cada uno de estos gigantes ha enfrentado los intentos de regulación, incluyendo investigaciones -de comportamientos monopólicos y alteración de las elecciones- de varios aspectos de sus negocios tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos.
Estas grandes empresas de la tecnología son las líderes en los sectores más dinámicos de internet: motores de búsqueda, redes sociales, computación en la nube, comercio electrónico, dispositivos móviles y tiendas de aplicaciones y publicidad digital, entre otras industrias consolidadas y emergentes.
El asalto al Capitolio de Estados Unidos de la semana pasada constituyó no solo una amenaza directa al sistema democrático de Washington, sino también inauguró otro asalto en el pulso entre las ‘Big Tech’ y los gobiernos de las economías más ricas del mundo.
El bloqueo de las cuentas de redes sociales del presidente estadounidense Donald Trump, en especial la de Twitter, abrió la discusión global tanto sobre la libertad de expresión en esos espacios virtuales como sobre la necesidad de su eventual regulación.
No está en discusión el carácter incendiario de los trinos del mandatario norteamericano que habrían violado las reglas de esas plataformas. No obstante, la decisión de Twitter y las demás redes sociales disparó como mínimo dos cuestionamientos: por qué no se aplica el mismo tratamiento a tantos líderes políticos en todo el mundo que despliegan odio y violencia en las redes, y la definición de quién tiene voz en esas plataformas y si medidas así deben tomarla un puñado de ejecutivos tecnológicos.
Las respuestas a estas y otras preguntas más son las que guían la discusión sobre la libertad de expresión en las redes sociales. En especial, cuando estas plataformas son empresas privadas que se rigen bajo normas privadas, cuyos ejecutivos no son elegidos popularmente y que no tienen mayor rendición de cuentas.
La discusión global sobre el poder de las ‘Big Tech’ va más allá de la libertad de expresión. En años recientes, los frentes de choque con los gobiernos han aumentado.
La red social Facebook ha estado en la mira de los reguladores europeos y norteamericanos por varias razones.
Una de ellas es el papel de la plataforma en la manipulación de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y la diseminación de noticias falsas. El debate está en qué tipo de control deben ejercer las redes sociales sobre los contenidos que sus usuarios publican.
Los reguladores en Estados Unidos señalan a Facebook de abusar de su poder para eliminar competidores mientras que alrededor del mundo se disparan las alertas sobre la privacidad y el manejo de los datos e información de los usuarios.
A lo anterior se añaden los positivos resultados financieros de muchas firmas tecnológicas durante la pandemia, que han despertado llamados a imponerles más impuestos y cargas tributarias. En conclusión, la percepción global sobre las ‘Big Tech’ ha venido transformándose: de dinámicas e innovadoras start-ups a peligrosos monopolios que atentan contra la libertad y la privacidad.
Lo más probable es que el 2021 los gigantes tecnológicos sigan en la mira de los gobiernos y de sus cuerpos regulatorios. El asalto al Congreso norteamericano, que trasladó la discusión del ámbito de la ley de competencia al político, no hizo más que agudizar la urgencia de la regulación.
De cómo avance el debate sobre los controles y contrapesos a las ‘Big Tech’ y de cómo ellas desplieguen su defensa y cabildeo, dependerá la cara del internet del futuro próximo.