La calma que imperó el lunes en las bolsas europeas, contrastó con el clima de alerta que se vive en el Viejo Continente tras los atentados terroristas que dejaron más de un centenar de muertos en París el viernes pasado.
Mientras las fuerzas policiales en diferentes ciudades realizaban allanamientos y buscaban sospechosos, las acciones terminaron la jornada sin grandes modificaciones en sus precios, lo que refleja el talante tranquilo de los inversionistas.
El motivo tiene que ver con la convicción de que el impacto en materia económica será menor, más allá de que en otros campos traiga consecuencias diversas. Quienes lo así lo creen, citan la evidencia que hay con posterioridad a otras acciones similares en el pasado.
Un informe del banco Berenberg, por ejemplo, señala que el ritmo de crecimiento británico no cambió tras la explosión de una serie de bombas en Londres en julio del 2005, como tampoco lo hizo en España después de los episodios luctuosos de marzo del 2004. Incluso en Estados Unidos, una vez ocurrido el 11 de septiembre del 2001, que llegó a sacudir a Wall Street, las cosas volvieron a su cauce relativamente rápido.
Lo anterior no quiere decir que todo siga igual. Sin duda, el presupuesto de seguridad de Francia se va a ver aumentado, particularmente en el área de inteligencia, algo que debería pasar igualmente en otras naciones europeas, en donde los riesgos de una acción del mismo estilo están presentes.
También la intensificación de los operativos militares en contra del Ejército Islámico tendrá un costo importante, sobre todo si la venganza prometida incluye el desplazamiento de tropas en tierra.
Por otro lado, hay un impacto inmediato sobre el turismo. La cancelación de reservas hoteleras fue casi inmediata y causó inquietud sobre la marcha de una actividad cuyo peso en el Producto Interno galo es cercano al 10 por ciento. No obstante, es dudoso que el declive resulte ser permanente, pues la belleza de la Ciudad Luz garantizará su preponderancia dentro de los destinos preferidos de los visitantes de todo el planeta.
Aun así, los interrogantes de largo plazo deberán ser resueltos. El primero es la manera de enfrentar el extremismo islámico, cuya intensificación es evidente y está atada a la desestabilización de regímenes en el norte de África y el Medio Oriente. Si bien la fuerza parece ser la opción preferida, esta no garantizará necesariamente la tranquilidad permanente.
Una de las causas, como quedó evidente en la presente oportunidad, es que los responsables directos de los atentados no vinieron de afuera. Las labores de identificación han establecido que se trata de ciudadanos franceses que acabaron radicalizándose, hasta el punto de usar chalecos explosivos. No falta quien afirme que el caldo de cultivo para los yihadistas sigue ahí, en las barriadas marginales, en donde abundan el desempleo y la falta de oportunidades que golpean, en particular, a las personas de origen árabe.
Esa circunstancia influye sobre el manejo de una crisis cuya solución sigue pendiente. Se trata del manejo de los cientos de miles de refugiados que esperan comenzar una nueva vida tras haberlo perdido todo en sitios como Siria o Irak. Su integración en la sociedad europea –que los necesita para compensar la caída en las tasas de natalidad– debe ser completa, con el fin de evitar que se siembren las semillas del resentimiento.
Manejar el asunto con inteligencia requiere de visión y cabeza fría. Ceder a las tentaciones de erigir muros como los que proponen los líderes de los partidos nacionalistas de derecha sería un error, pues el extremismo no se puede combatir con la misma moneda.
En cambio, lo que es aconsejable es tener una respuesta coordinada que distinga entre moderados y radicales, en la que se evite el tan manido choque de civilizaciones. De lo contrario, la espiral de violencia corre el riesgo de seguir, dejando tras de sí una estela de sangre que solo les conviene a unos pocos.
Ricardo Ávila Pinto.
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