El pobre desempeño que han tenido los precios del petróleo, que en el día de ayer tuvieron un mal momento en el caso de la variedad Brent, que es determinante para fijar los niveles del crudo colombiano, tienen en ascuas a los analistas con respecto a las perspectivas de la economía nacional. Cada vez es más evidente que los expertos han recortado los pronósticos de crecimiento para el 2015, pues más de uno se pregunta si después de las ‘vacas gordas’ de la bonanza, ahora ha llegado el turno de las ‘flacas’.
La inquietud es válida, cuando que se tiene en cuenta que tan solo los hidrocarburos representan el 55 por ciento de las exportaciones y aportan cerca de una quinta parte de los ingresos fiscales. Si la declinación observada se agudiza y el barril se ubica en cercanías de los 75 dólares, la economía tendría que lidiar no con uno, sino con varios dolores de cabeza. Al menos el primero estaría relacionado con el ritmo de crecimiento, mientras que otro tendría que ver con la reducción de los ingresos públicos, para no hablar de desórdenes en el frente cambiario o en los movimientos de capitales.
No obstante, aunque todos esos peligros son reales, de poco nos sirve caer presos del pánico. La razón es que la nueva realidad tiene que ser manejada con cabeza fría, un requisito indispensable a la hora de ponerle la cara a la que es una coyuntura difícil, pero no necesariamente apocalíptica.
En consecuencia, lo primero que hay que hacer es reconocer ciertas verdades. Decir que la economía colombiana se encuentra blindada y que aquí no pasa nada sería un error, pues no solo el entorno internacional ha cambiado, sino que las cotizaciones de los bienes primarios que vendemos van en descenso, quizás con la única excepción del café.
Por tal motivo, hay que aceptar que el entorno es más hostil que antes y dejar en claro que el país tiene capacidad de reacción. Ello implica no solo hallar una manera de compensar el faltante en las finanzas públicas a través de mayores ingresos –como lo pretende la reforma tributaria, que busca 12,5 billones de pesos–, sino también la capacidad de hacer recortes que vayan mucho más allá de los compromisos que se hicieron en la discusión del presupuesto del 2015.
Puede ser que al Ministerio de Hacienda no le guste ser portador de malas noticias, pero el mensaje más importante que le corresponde enviar es el de que va a mantener la casa en orden, cueste lo que cueste. Por tal razón, no se puede prestar a equívocos sobre laxitud en el gasto, por más que la bancada oficialista ponga el grito en el cielo. Un caso específico es el metro de Bogotá, un proyecto que la ciudad necesita, pero no con los costos que tiene en mente la administración Petro, ni mucho menos con el aporte que se le piensa pedir a la Nación.
En efecto, el titular de las finanzas públicas está obligado a dejar en claro que el palo no está para cucharas, un mensaje que es imperativo que entiendan tanto sus colegas en el gabinete como la propia Vicepresidencia de la República. Tampoco deberían estar ajenas a la señal otras ramas del poder público o los órganos de control. En medio de la estrechez que hay, es un exceso que la Contraloría esté pensando gastarse miles de millones de pesos en una nueva sede cuyo costo es excesivo.
De manera complementaria, también hay que decir que nuestra economía es más diversificada que otras de la región, lo que nos permitiría aguantar el chaparrón de mejor forma, tal como ocurrió en el 2009 cuando logramos crecer a pesar de la recesión global. Un elemento clave en esa materia es el programa de infraestructura, que depende cada vez más del programa de vías de cuarta generación, cuyo despegue debe concretarse. En últimas, se trata de demostrar que así las cartas que reparte el destino no sean las mejores, la economía colombiana todavía tiene ases en la mano, para ganarle la partida a la adversidad.
Ricardo Ávila Pinto
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