El júbilo volvió a los aficionados colombianos al fútbol, tras el triunfo de la selección ayer en Barranquilla, con el cual el país inició con pie derecho su aspiración de llegar al Mundial del 2018. Más allá de las ocasionales falencias del combinado nacional en el terreno de juego, el resultado final es el que vale y la victoria sirve para olvidar, en parte, las desilusiones que dejó la reciente Copa América.
Mientras los hinchas nacionales celebraban en las calles, en otros escenarios se jugaba un partido distinto y no menos trascendental. La determinación de la Fifa, de suspender a su presidente, Sepp Blatter, a su vicepresidente, Michel Platini, y a su secretario general, Jerome Valcke, aparte de un exejecutivo coreano, alimenta las esperanzas de que la poderosa entidad sea objeto de una limpieza largamente esperada en todo el mundo. Si bien es cierto que la sanción dura apenas 90 días, quienes saben de estas cosas insisten en que es la estocada definitiva, que permitirá abrir un nuevo capítulo de renovación.
Más de un observador señalará que hay una curiosa coincidencia entre los castigos adoptados y la presión de las principales firmas patrocinadoras del deporte, cuya reputación comenzaba a verse afectada por las circunstancias. Pero más allá de cuál sea la explicación, el punto es que las cosas parecen empezar a cambiar, ojalá para bien.
Mientras ese momento llega, la justicia tiene que hacer su trabajo. Este no es otro que el de terminar las investigaciones con respecto a pagos ilegales, que van desde la escogencia de Qatar como sede del Mundial del 2022, hasta las ‘coimas’ por derechos de televisión, que prometen salpicar a más de un directivo latinoamericano y, posiblemente, lleguen hasta Colombia. Eventualmente, las acusaciones formales llegarán, al igual que los castigos, que deberían ser ejemplares.
No puede ser de otra manera. Una organización que se precia de promover el ‘juego limpio’ requiere demostrar que después de haber caído tan bajo, tiene cómo recuperar la confianza del público. Y a decir verdad eso no había ocurrido, pues no solo el suizo Blatter logró ser reelegido luego de que estalló el escándalo inicial en mayo, sino que incumplió sus promesas de retirarse y se encontraba manejando los hilos para cubrir sus huellas, al liderar un proceso de reforma que era visto con escepticismo.
Ahora, hay una oportunidad única de hacer las cosas bien, la cual pasa por una mayor transparencia y una debida rendición de cuentas. Es verdad que para quien profesa amor por la camiseta de un club o de un país, el asunto puede parecer lejano, pues una cosa son las gambetas de Messi o la genialidad de James, y otra las triquiñuelas de quienes se enriquecen con dinero que no les pertenece.
Sin embargo, pensar que la calidad del juego va por un lado y los asuntos administrativos por otro, es equivocado. Tarde o temprano, la fortaleza del sistema se refleja en el terreno o en la asistencia a los estadios. Quien lo dude no tiene más que registrar los problemas que existen en el torneo colombiano, con sus bajos índices de público y escándalos como los que por estos días tocan al Independiente Santa Fe.
Hay, por supuesto, federaciones de todo tipo. Unas pueden resistir el escrutinio más riguroso, otras no lo aguantan, y un tercer grupo ha aprendido de los errores del pasado. Ligas como la italiana consiguieron sobrevivir a escándalos relacionados con apuestas, a punta de confesiones, penas de cárcel y reestructuraciones.
Para proseguir por ese camino, la Fifa está obligada a dar ejemplo de buen gobierno interno. Desaprovechar la oportunidad actual es darle paso al todo vale, el mismo que sirve de vez en cuando para ganar partidos, pero no los campeonatos que valen la pena. Llegó la hora de sacarle la tarjeta roja a la corrupción en el fútbol, y eso es algo que no pueden hacer los mismos con las mismas.
Ricardo Ávila Pinto
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