En estos días de una relativa calma chicha en materia electoral –atribuible a las pocas apariciones públicas de los candidatos, la búsqueda de alianzas con quienes perdieron el domingo pasado y los reajustes en los cuadros de las dos campañas que siguen en contienda–, los analistas internos y externos han comenzado a desarrollar escenarios sobre cómo se vería Colombia en el futuro si el 15 de junio los ciudadanos deciden que Juan Manuel Santos continúe como Presidente de la República o si, en cambio, el escogido es Óscar Iván Zuluaga.
El resultado de tales ejercicios muestra que, en lo que hace a los asuntos económicos, los puntos de encuentro son más significativos que las diferencias, una conclusión que no cae del todo bien en la Unidad Nacional o el Centro Democrático.
Dicha impresión parecería ir en contravía del clima de polarización que es palpable entre los partidarios de una u otra colectividad. Pero la verdad es que una mirada a los planteamientos hechos tanto por cada postulante como por las cabezas de sus respectivos equipos económicos, da para pensar que la continuidad en ciertos temas clave está asegurada. Quizá por ello los mercados cambiario, bursátil o de deuda se han mantenido tranquilos, ante la impresión de que los bandazos que han sido la norma en otras latitudes de América Latina estarían descartados en este caso.
En respuesta, no faltará quien diga, con razón, que la actitud ante el proceso de paz que tienen Santos y Zuluaga define implícitamente dos sendas muy diversas en el mediano y largo plazo. De tal manera, el rumbo del país sería uno si se llega a un pacto con las Farc y otro si persisten las hostilidades.
En el primero de los casos se activarían una serie de reformas, concentradas en programas de desarrollo rural, junto con un escenario más favorable para que retornen las inversiones al campo. En el segundo, continuaría un conflicto de baja intensidad, orientado al desgaste de los grupos ilegales, sin que disminuya el presupuesto militar o el enfoque que antepone la seguridad a otras prioridades.
Al respecto, quienes nos miran desde afuera argumentan que sus hipótesis se asientan en la realidad actual. Puesto de otra manera, hasta que no se llegue a un acuerdo con la guerrilla, y este sea debidamente ratificado por los colombianos –algo que a la luz de la velocidad de los diálogos puede tomar muchos meses– es mejor no hacer cuentas alegres.
Así, lo que se ven son coincidencias en el manejo económico. Estas no solo van desde la necesidad de respetar la regla fiscal, buscar una tasa de crecimiento cercana al 6 por ciento anual o preservar la independencia de la junta directiva del Banco de la República. También hay el propósito común de desarrollar la infraestructura, recuperar la institucionalidad agraria, luchar contra el contrabando, mejorar la calidad de la educación, suspender la firma de nuevos tratados de libre comercio y bajar los costos de la industria, entre otros temas.
Las diferencias, entonces, son más de orden puntual. Por ejemplo, mientras Santos se inclina por la venta de Isagen, Zuluaga no. En materia tributaria, ambos aceptan que una reforma que evite la caída en el recaudo se presentaría en el segundo semestre, pero mientras el Gobierno no ha destapado sus cartas de manera formal, el candidato uribista se inclina por extender el gravamen a las transacciones financieras y el impuesto al patrimonio. Así mismo, el primero se muestra menos favorable a ciertas gabelas que el segundo.
No obstante, y sin desconocer la importancia de cada tema, la impresión que tienen los observadores es que el porvenir es predecible. Una cosa es que los colombianos no sepan todavía quién va a ser su presidente el próximo 7 de agosto y otra que la economía dé un giro inminente, algo que, si ocurre, no será por cuenta de la próxima administración.
Ricardo Ávila Pinto
Twitter: @ravilapinto